Hay personas que coleccionan cosas. Yo prefiero coleccionar experiencias. Y entre todas las experiencias que uno puede vivir, hay una que tiene un poder transformador único: viajar. Pero no hablo solo de subirse a un avión o dormir en otro país. Hablo de explorar con el cuerpo, de conocer nuevos lugares moviéndonos, de hacer del ejercicio físico una herramienta para sumergirnos en entornos distintos, culturas nuevas y versiones inesperadas de nosotros mismos.

Moverse como forma de viajar
Viajo bastante menos de lo que me gustaría. Con 58 años recién cumplidos, sólo estuve en 12 países fuera de mi Argentina natal, todavía imagino que voy a poder conocer muchos más lugares de los que hasta ahora logré visitar. Una de las buenas excusas que encuentro para hacerlo es anotarme en maratones. En todas partes se organizan carreras de 21 o 42 kilómetros, además de en Buenos Aires, ya corrí en Rosario, Mar del Plata, Tandil, Montevideo, Santiago de Chile, México y en algunas semanas me enfrentaré a la maratón de la ciudad de Córdoba. Sin duda, recorrer al trote las calles sin vehículos de una ciudad desconocida es una increíble experiencia que te permite verla de una manera única.

Largada de la Maratón de la Bandera en Rosario, 2024.
Lo tengo claro, somos pocos los maratonistas. Pero, ¿a quién no le gusta viajar? Cuando salimos de nuestro entorno, afrontamos la aventura fundamentalmente con el cuerpo que cambia de geografía. Aparecen calles que no conocemos, climas diferentes, ritmos nuevos. Y con cada paso, el cuerpo se convierte en parte del paisaje. No importa si estás en una enorme metrópolis, un pueblo perdido en la montaña, una playa sin nombre o una selva tropical: moverte es una forma de conocer.
Caminar, trepar, pedalear, nadar, subir escaleras antiguas, perderte en mercados locales, bailar con extraños en una plaza o simplemente elegir recorrer un lugar a pie en vez de mirar todo desde un colectivo turístico. La actividad física no se suspende en los viajes: se reinventa.
Experiencias que no entran en una valija
No hay zapatilla que compita con la emoción de llegar a un mirador después de una caminata exigente. No hay objeto que valga más que la memoria de haber pedaleado al amanecer por una ciudad que no conocías. En el viaje, el cuerpo se convierte en una bitácora viva.
Moverte mientras viajás no es sólo un beneficio para la salud física, es también una forma de hacer más profunda la experiencia. Hay estudios que demuestran que el ejercicio físico durante un viaje mejora la memoria, reduce el estrés, refuerza la adaptabilidad y favorece una mayor percepción del entorno. Si además el viaje nos acerca a la naturaleza, a escenarios naturales que nos resultan desconocidos, el beneficio es doble. Cuando te movés, recordás mejor. Cuando conocés lugares nuevos haciendo ejercicio, los incorporás literalmente a tu cuerpo.

Cambia el entorno, se activa el cuerpo
El viaje implica adaptación, viajar nos saca del piloto automático. Cambia la alimentación, el sueño, el idioma, la temperatura. Y ante tanto cambio, el cuerpo necesita activarse para adaptarse. Quedarse quieto en una nueva ciudad es como ver una película sin sonido: algo se pierde.
Elegí un calzado cómodo, llevá una muda deportiva liviana, abrí los ojos y también las piernas: que cada paso sea parte del viaje. El movimiento es el mejor traductor universal.
Escenarios que invitan al movimiento
Cada entorno es un gimnasio natural que, además, regala belleza.
En una ciudad gigante: caminá hasta perderte, recorré los parques, usá escaleras como desafío físico, descubrí miradores, subí, bajá, no pares de recorrer.
En un pueblo chico: explorá sus callecitas, visitá el mercado a pie, saludá a la gente local mientras te desplazás sin prisa en busca de cada secreto allí guardado.
En la montaña: conectá con el esfuerzo, sentí el aire fresco en los pulmones, ganate cada vista con tus piernas y guardala en la memoria (además de la galería de tu celular).
En el bosque: ejercitá el equilibrio sobre raíces, saltá charcos, identificá a los pájaros, respirá con todos los sentidos.
En la playa: caminá sobre arena seca y mojada, nadá, bailá cuando suene la música.
No hace falta planificarlo todo
Viajar con movimiento no requiere entrenamientos estrictos ni rutinas marcadas. La clave está en estar dispuesto, atento, curioso. ¿Y si hace frío? ¿Y si llueve? ¿Y si no entendés el idioma? Todos esos desafíos son parte del viaje. La capacidad de adaptación es, en definitiva, un superpoder. Cuando te movés en un lugar desconocido, estás entrenando mucho más que músculos: estás ejercitando la flexibilidad, la tolerancia, la apertura mental. Te volvés más resiliente. Más capaz de resolver problemas. No sabés cómo preguntar dónde queda el río, pero tus piernas igual te llevan. No entendés los carteles, pero el sendero te invita. El cielo amenaza lluvia, pero vos ya estás afuera, respirando.
Actividades que enriquecen el viaje
Caminatas exploratorias, urbanas o rurales.
Senderismo con distintos niveles de dificultad.
Ciclismo local (alquiler de bicis para recorrer ciudades o parques).
Natación en entornos naturales.
Participar de clases locales: yoga al aire libre, tai chi en plazas, danzas regionales.
Visitar lugares históricos subiendo escaleras, caminando o trepando.
Ideas para moverte de viaje
Caminar sin rumbo en ciudades nuevas (turismo activo).
Hacer senderismo (conectar con el entorno natural).
Recorrer en bicicleta (rutas urbanas, rurales o costeras).
Nadar en ríos, lagos o mar (si hay oportunidad).
Subir escaleras en pueblos con desniveles o barrios históricos.
Clases locales de danza, yoga o tai chi (turismo cultural + ejercicio).
En tus viajes no olvides llevar siempre ropa y calzado cómodos. Podés armarte un pequeño kit de entrenamiento portátil (banda elástica, cuerda, app con rutinas), yo siempre llevo un par de zapatillas, un short y una remera para trotar por ahí. En el día a día evitá el exceso de traslados en auto o taxi: dale prioridad a desplazarte a pie o en bicicleta. Buscá alojamientos cerca de zonas verdes o costeras. Y siempre mantenete con un espíritu de apertura a la espontaneidad: subir un cerro, bailar con desconocidos, meterte al agua, explorar lo desconocido sin miedo y con curiosidad.

El cuerpo como pasaporte
Más allá de las fronteras políticas, hay un pasaporte que no vence nunca: el cuerpo que te acompaña. Cuidarlo, fortalecerlo, moverlo te permite viajar mejor, más liviano, más feliz. Y cuanto más lo uses para conocer el mundo, más conocerás también de vos mismo.
Viajar no tiene por qué ser un paréntesis en tu vida activa. Puede ser un nuevo capítulo físico, una forma de redescubrir lo que tu cuerpo puede hacer. Es una invitación a moverte de maneras nuevas, en contextos distintos, con desafíos reales.
No viajes para descansar del cuerpo. Viajá para despertarlo. Caminá el mundo. Respirá su aire. Subí sus escaleras. Bajá a sus playas. Perdete en sus calles. Sudá sus paisajes.
Y cuando vuelvas, te aseguro que no sólo tendrás fotos. Tendrás piernas más fuertes, pulmones más amplios, corazón más agradecido. Y recuerdos que, como los músculos bien trabajados, durarán mucho más que cualquier objeto.