Vivimos metidos en una inmensa paradoja. Por un lado tenemos a nuestra disposición una enorme cantidad de recursos tecnológicos; abundante información, tanto verdadera como falsa, creada ahora mismo por personas o por algoritmos, más toda la que se generó a lo largo de la historia; infinitos contenidos cortos, super cortos, largos o empaquetados en series que se estrenan y vuelven en forma de remakes; alimentos de lo más variados, ultraprocesados, orgánicos, vegetarianos, veganos y de mil tribus alimentarias más; hay toda clase de medios de transporte: automóviles, ómnibus, trenes que van por arriba y por debajo de la tierra, bicicletas, barcos y aviones que nos llevan adonde tengamos que ir. Podría seguir extendiendo la lista pero creo que es suficiente para expresarte que estamos ante un mundo complejo, bastante organizado para que podamos elegir qué es lo que más nos gusta, cómo queremos hacerlo, con qué frecuencia, con qué costos. Y sin embargo…

Y sin embargo nos cuesta horrores tomar decisiones, en especial de las importantes, las que nos harán bien, las que sabemos que deberíamos tomar y por algún motivo dejamos para otro momento. Cada clic en la computadora, cada dedo que skrolea un reel más en tu celular es una decisión; y de esas tenemos miles cada día, sólo que ante eso cabe una pregunta: ¿quién está decidiendo realmente? ¿Somos completamente libres de elegir o estamos fatalmente condicionados y sólo parece que nos queda resignarnos a mover el dedo por la pantalla y seguir comparando nuestra vida con las otras que se nos cruzan? Skrolear es un hábito adictivo más, basado en la recompensa inmediata de dopamina, que nos lleva en promedio dos horas y media por día, o sea el 10% de tu jornada. Si lográs sobrevivir tres décadas, 3 de esos años completos, con sus días y sus noches, la pasarás arrastrando pantallas.
Venimos un poco formateados a la idea de que las decisiones importantes las tomamos pocas veces en la vida: en la adolescencia, cuando nos identificamos, consolidamos nuestra personalidad, definimos nuestros gustos y encaramos algún carril relacionado con el mundo del estudio y el trabajo; y en la adultez, cuando decidimos empezar o terminar con una pareja estable, cuando elegimos tener hijos, cuando cambiamos de trabajo, algunas veces porque así lo queremos y la mayoría porque no nos queda más remedio. En la vejez nos gustaría poder tomar más decisiones de las que en general estamos preparados para hacerlo, pareciera que es más un camino en el que administramos lo poco (de energía, de salud, de recursos) que nos queda. Fuera de esas presuntas decisiones importantes para las que estamos programados, no habría mucho más por replantearnos. Pero, ¿saben qué? Tiremos este último párrafo a la mierda, son ideas en desuso, son conductas que nos ordenan todo lo que debemos hacer, lo que se espera de nosotros y no deja espacio para lo inesperado, para el cambio, para la creación, para la rebeldía.
Si nos enfocamos en cómo cuidamos de nuestra salud, en cómo decidimos cada aspecto que la promueve o la deteriora, desde recién nacidos fuimos educados como “pacientes”, personas que se ponen en manos de profesionales que en general nos indican qué medicamentos tomar o tratamientos hacer para curarnos, para solucionar el problema que nos remitió al consultorio. Con “paciencia” infinita debemos escuchar y aceptar que la mayoría de las veces no se espera de nosotros que tengamos algo que decir más que “me duele acá”, o algo por el estilo. Y si elegimos seguir con ese acting, estamos decidiendo desinteresarnos con toda la paciencia del mundo de nuestra propia salud.
Acá en vive+ nos apoyamos en la ciencia y jamás levantaríamos la mano en contra de una capacidad tan extraordinaria como la de investigar y descubrir permanentemente nuevos secretos acerca de la vida, de la muerte, de la física, del espacio, de todo lo que explica quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Pero ese punto de apoyo tiene una condición muy importante: todos somos una parte activa de esa ciencia. No somos más “pacientes”, sino “practicantes”. No estamos para obedecer recetas escritas con unas letras ilegibles, ni para que nos ordenen prácticas que no comprendemos. Vamos siempre por la prevención antes que la curación; por el movimiento antes que el sedentarismo; y la fuerza como el motor que nos permitirá mantenernos activos, fuertes y saludables.
Decidir qué queremos decidir
Decidir cómo administrar nuestra salud es una práctica cotidiana que pasa por esta actitud un poco rebelde ante mucho de lo que la medicina como industria suele ofrecernos, pero también exige de nosotros el compromiso cotidiano de comprender lo que nos hace bien y lo que no. Si 2+2=4, cuidar nuestra salud es más o menos lo mismo: es atender a nuestra alimentación, nuestro descanso, nuestro ejercicio físico y nuestra capacidad de socializar. Y prácticamente todo pareciera llevarnos en la dirección contraria.
La mayoría de las enfermedades que nos tienen preocupadas a las personas +50 son las causadas por el estilo de vida: enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, sobrepeso, cáncer, neurodegenerativas. No se trata de encontrar “culpables” a quien responsabilizar, pero está claro que, en Argentina como en todo el mundo, la forma de vivir nos enferma, nos inflama, nos duele, nos complica. El cambio de actitud empieza por una modificación en tus hábitos. En el Podcast vive+ el médico Joaquín Grehan, más conocido como “El Dr. del estrés”, nos decía:
“Generar un hábito nuevo es como cuando un cohete sale para el espacio: en la primera parte gasta casi todo el combustible porque tiene que vencer la fuerza de la gravedad. Una vez que lo logra, con muy poca energía puede hacer grandes traslados. Son los hábitos neuronales que ya tenemos que nos mantienen en estos circuitos neuronales. Tenemos una gran tarea por delante que es hacernos dueños de nuestra vida y definir cómo queremos vivir. Y romper esa inercia para vivir de la manera que nosotros podemos y queremos, que está al alcance de la mano”.

En la mayoría de los casos el cambio empieza por cada uno de nosotros. Nadie va al médico a preguntar “¿Cómo hago para seguir bien?”, en general vamos cuando ya es tarde, cuando nos duele. Para empezar a hacer ejercicio nunca es tan tarde. ¿Y entonces? De nuevo: se trata de tomar las decisiones que sabemos que nos harán bien. Se trata de comprender que este estilo de vida tiene muchísimas ventajas pero también impone condiciones muy claras: es necesario movernos, nos estamos quedando duros sentados en nuestros sillones.
Dejemos de lado nuestros prejuicios, los sesgos que nos recuerdan que no nos gusta entrenar o que jamás entraremos a un gimnasio, ¡al diablo con toda esa resistencia! Sólo estás garantizando la continuidad de lo que te lleva a una autodestrucción “paciente” y resignada.