Como alguna vez Luca Prodan cantó con Andrés Calamaro en su versión de “Años”, el tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos. Extendemos nuestras capacidades, aceleramos los procesos, simplificamos trámites, nos distraemos, nos comunicamos, nos vinculamos, nos informamos, nos desinformamos, compramos, vendemos, nos seguimos distrayendo y casi siempre nos sorprendemos del enorme poder transformador de la tecnología.
Pensando especialmente en quienes vivimos en las grandes ciudades, las calles también se llenaron de cámaras que nos observan y de pantallas gigantes con imágenes y avisos publicitarios que pugnan por nuestra atención casi siempre enfocada en el celular. Los auriculares nos alejan del barullo ciudadano, el GPS nos lleva y nos trae por nuestros habituales recorridos, nos acostumbramos a ver los mismos paisajes urbanos dominados por el cemento y las grandes construcciones que no paran de crecer en los barrios. Y así, de a poco, empezamos a olvidarnos de la Naturaleza.
¿Dónde hay un bosque?
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires donde vivo se ve poco el color verde. No pretendo escribir una columna sobre urbanismo, pero sí hacer notar lo escasos que resultan los espacios arbolados que nos inviten a tomar contacto con algo que no sea asfalto y lo difícil que resulta en algunos barrios encontrar un espacio que nos invite a respirar mejor, a escuchar más pájaros que bocinas, a bajar nuestras revoluciones, a conectarnos con los ritmos y las vibraciones de la Madre Tierra.
Como en toda estadística, la cantidad de espacios verdes necesaria es una disputa también política que lleva a que se tenga que debatir primero qué es un espacio verde. El año pasado el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires publicó un informe en el que anunció que había aumentado la superficie natural, con 1.216 nuevos espacios verdes. Luego una denuncia pública llamó la atención con un desglose lapidario: de todos esos nuevos espacios más de mil corresponden a canteros (341), veredas (80) o derivadores de tránsito (660).
Esto no es un espacio verde.
Polémicas al margen, es incuestionable que son pocos los barrios de Buenos Aires en los que podemos caminar unas pocas cuadras y llegar a un parque. Y este es un fenómeno que se replica en distintas regiones del planeta, con poblaciones que se concentran cada vez más en metrópolis gigantes que tienen cada vez menos entornos naturales.
Personalmente, me gusta vivir en la ciudad pero siento que disfruto mucho más cuando estoy en contacto con la Naturaleza. Son percepciones subjetivas alimentadas por vivencias personales, también por una educación que 40 o 50 años atrás todavía se apoyaba mucho en esa necesidad de vincularnos con distintos paisajes y ecosistemas. Lo primero que me viene a la mente son aquellos campamentos de mi infancia y adolescencia que nos llevaban no sólo a estar en un ambiente natural sino también a aprender a cuidarlo.
Como esas personas que sueñan con conocer el mar y que por mucho tiempo no lo han conseguido, yo hasta mis 10 años había ido ya varias veces a la playa pero nunca había visto una montaña. La planicie pampeana me resultaba un territorio infranqueable, íbamos por la ruta a la playa y yo jugaba a nublar la vista y hacer como que unas nubes a lo lejos en el horizonte en verdad eran un cordón montañoso. Hasta que por fin un día fuimos de campamento a Córdoba y conocí las Sierras Chicas de Unquillo. Nada extraordinario, pero en ese momento para mí era como haber llegado al pie del Everest. Poco tiempo después hicimos otro campamento en Sierra de la Ventana y hasta pudimos subir hasta la cima y asomarnos por esa curiosa abertura geológica.
Con mi amigo Sago en la costa del Lago Futalaufquen, provincia de Chubut. Teníamos 16 años, enero de 1984.
Luego vinieron expediciones por los bosques y lagos de la Patagonia, enormes paraísos a los que no me cansaré nunca de volver. Pequeñas aventuras del pasado que cimentan conductas, gustos, preferencias.
Con mi hijo mayor, Lucas, en un bosque patagónico, enero de 1996 (siempre con la pierna sobre el tronco, con actitud de leñador, jajaja).
Mi lista de imprescindibles de la Naturaleza de Argentina (podés hacer la tuya, que sean sólo 10):
Puerto Madryn, Chubut
Cataratas del Iguazú, Misiones
Talampaya, La Rioja
El Durazno, Córdoba
Villa La Angostura, Neuquén
Ushuaia, Tierra del Fuego
Quebrada de Humahuaca, Jujuy
Cachi, Salta
Glaciar Perito Moreno, Santa Cruz
Delta del Tigre, Buenos Aires
Por muchos años seguí yendo a la Naturaleza, me dejé atraer por sus bosques, sus playas, sus sierras, sus ríos, sus lagos, sus barrancas arriba y abajo, sus cascadas, sus amaneceres, sus atardeceres, algunas cumbres (no muy altas, siempre hermosas), sus profundidades, casi todos los climas, unos cuantas latitudes. Y sé que aún no he visto casi nada.
De nuevo con Sago y otro amigo, Esteban, en la costa del Lago Nahuel Huapi, provincia de Neuquén. Teníamos 42 años, enero de 2010.
Soy muy consciente de que paulatinamente (y seguro que también involuntariamente y sin siquiera advertir lo que pasaba) me fui alejando de la Naturaleza. Probablemente les pasó lo mismo: la vida se fue complejizando, la pareja, los hijos, el trabajo, las responsabilidades fueron agregando prioridades y también ofreciéndonos otros caminos y otras dificultades.
Y me encanta la vida en la ciudad. En algún momento hace años consideré la idea de cambiar, de empezar de nuevo en algún pueblo chico, con menos todo: menos ruido, menos construcciones, menos autos, menos habitantes. Sabemos que menos es más, casi siempre. Pero en la ciudad encuentro también mucho de lo que creo que es mi identidad: la familia, los amigos, toda mi vida profesional (la pasada y seguramente mucho de la futura), la cultura, la gastronomía. Hay algo en esa abundancia de oportunidades, a veces ese exceso, que creo me costaría mucho dejar de lado. Y sin embargo pendulo y necesito cada tanto volver a la Naturaleza. A mi Naturaleza.
En 2008 yo todavía jugaba fútbol con un aguerrido equipo de veteranos. En un último torneo del que participé salimos subcampeones, competíamos y también nos divertíamos, la realidad es que a mí el fútbol me empezaba a doler más que antes. En ese contexto me invitaron a correr una carrera en Tandil. Yo no estaba preparado para el running, pero la prueba era de postas, 4 x 7 kilómetros, así que acepté y allá fui sin saber lo que me esperaba. No tengo fotos de aquella primera prueba que corrí, pero 16 años después no se me borran las sensaciones de sorpresa y alegría al poder trotar en esa hermosa aventura por las sierras.
Al día siguiente de la carrera, recorriendo las sierras con mis hijos. Marzo de 2008.
Para mí son todos estímulos: el aire, las plantas, el agua, el sol, también la lluvia, son parte de mi vida y yo soy parte de esa vida natural en la que me gusta verme integrado. Corriendo una carrera o simplemente paseando. Seguramente ese bienestar que a mí me provoca tiene algo que ver con lo que unos científicos británicos comprobaron recientemente y es que la Naturaleza y la biodiversidad son clave para generar beneficios en nuestra salud mental. Tal vez parezca un poco obvio pero el equipo liderado por Andrea Mechelli recolectó datos en tiempo real de casi dos mil personas durante más de 5 años, observando sus cambios emocionales y vinculándolos además con el lugar físico en el que se encontraban. Los investigadores descubrieron que los entornos con una mayor cantidad de elementos naturales, como árboles, aves, plantas y cuerpos de agua, se asociaban con un mayor bienestar mental en comparación con los entornos con menos elementos, y que estos beneficios pueden durar hasta ocho horas. En resumen: si te estresaste, si estás triste, si te enojaste, date una vuelta por el parque o tirate un chapuzón en el río que te va a hacer bien.
Para mí el ejercicio físico y la Naturaleza van de la mano. La mayoría de las veces que salgo a trotar intento hacerlo en el parque que está cerca de mi casa. Disfruto mucho también cuando puedo hacerlo en otras ciudades y planear carreras en ambientes en los que no vivo me resulta muy estimulante, una hermosa forma de hacer turismo y conocer lugares.
Hace pocas semanas tuve el placer de conversar largo y tendido con otro amigo, Juan José Carbajales, con quien grabamos el episodio del Podcast vive+ que se estrena esta semana en el canal de YouTube. “JJ”, como todos lo conocemos, es un especialista en temas de energía y un docente de esos que se apasionan por enseñar y seguir aprendiendo siempre. Y a la vez es un runner que de a poco se fue enganchando con el mundo “trail”, las carreras de aventura que recorren espacios naturales, bordeando lagos, atravesando bosques, subiendo y bajando cuestas. Algunas combinan estos paisajes únicos con desafíos enormes tales como recorrer 70, 100, 140 kilómetros (¡las hay más largas todavía!), con una combinación exacta de organización y respeto por el ambiente. A JJ enfrentar este desafío lo llevó a replantearse muchos temas y a encararlo desde el amor a su pareja, a sus hijas, a sus padres. Fue tan fuerte lo que vivió y generó en su familia que terminó escribiendo un libro: “Running Existencial”. Los invito a no perderse el episodio del podcast. Y para quien quiera saber más, estamos sorteando un ejemplar del libro a través de nuestras redes.
JJ y yo, backstage en los “estudios centrales” de vive+.
El mejor corredor de trail del mundo es el catalán Killian Jornet que además compite como esquiador de montaña. Entre mil aventuras en las que se suele meter, subió dos veces el Everest en tiempo récord sin ayuda de sherpas (los guías locales), cuerdas ni oxígeno. Si les divierte, sigan su Instagram y lo verán recorrer los filos del techo planetario como si caminara por su barrio.
Killian Jornet, en la cima del deporte mundial.
Aunque en general yo elijo correr carreras de calle, corrí varias de trail y creo que en marzo vuelvo a Tandil en versión full: 28 kilómetros. Disfrutar de la Naturaleza no implica competir ni hacer grandes hazañas, aunque sí puede ser el estímulo para salir de lo cotidiano, para enfrentar algo que nunca hicimos. Subir una montaña es un ejemplo. En Argentina hay muchas cumbres a las que se puede acceder caminando o incluso haciendo parte del recorrido en un vehículo. El trekking es una hermosa actividad: simplemente caminar, atravesar senderos durante algunas horas, por todas partes hay muy buenas actividades de este tipo, bien organizadas y señalizadas que nos garantizan llegar al destino, aunque no lo conozcamos. Están quienes disfrutan de pescar, a mí me resulta un poco estático. También puede ser remar, ¿por qué no? Y si no estamos para tanto, aunque sea vámonos al campo, a la montaña, hagamos un picnic, salgamos en busca del contacto esencial con todo lo que como especie nos permitió evolucionar en perfecta armonía con nuestros entornos. “Cuidado con el temor”, dice Luca Prodan en el final de “Años”, no dejemos que el celular nos tape el bosque.