Los beneficios de la incertidumbre

Hola, ¿cómo estás? A mí las últimas semanas del año (sí, quedan sólo siete semanas para que empiece 2025), en general me gustan, son días de eventos, brindis, encuentros también de balance y planificación. Y en el medio, la vida que sigue como si nada: no existe tal abismo entre un año y el otro, son fronteras que nos creamos para ponernos metas. Es muy habitual escuchar que estamos cansados dada la época del año, como si el 1 de enero se resetearan mágicamente todas nuestras energías y nos convirtiéramos en seres relucientes y renovados. Es verdad que poder tomarnos unos días de vacaciones, salir de nuestras rutinas agobiantes, es un lindo estímulo para sentirnos mejor. Pero no hay una calabaza a fin de diciembre ni una carroza dorada a principios de año. Somos esto: esta edad, este estado físico, estos dolores, esta familia, estos amigos, estos ingresos, estas ocupaciones, estas obligaciones. También estos gustos, estos deseos, estas fantasías, estos potenciales. Y por último esta capacidad de reinventarnos (o no) para que todo ese bagaje con el que nos sentimos identificados sea nuestro traje, nuestra forma, nuestra esencia, eso con lo que finalmente nos sentiremos identificados. Está bien querer cambiar, el punto es lograrlo y seguir siendo uno mismo.

Y entonces, ¿qué será de nosotros en 2025? ¿Está bien que ya empecemos a pensarlo o será demasiado pronto? ¿Será buena idea innovar o mejor dejar todo como está y hacer la plancha? ¿Cuándo es el momento indicado? ¿Cuánto estamos dispuestos a mutar? Es desafiante la idea de cambiar, porque lo primero que aparece es la incertidumbre. Si no tenemos claro lo que viene, de inmediato se nos dispara el sistema de alarmas, se activan varias áreas cerebrales asociadas con el procesamiento de amenazas y el manejo de emociones, de la misma forma que si estuviéramos en la jungla a merced de las fieras, sin saber cómo alimentarnos o cómo volver a la civilización.

¿Qué se activa con la incertidumbre?

  1. Ante la incertidumbre, el cerebro libera cortisol y adrenalina, hormonas que preparan al cuerpo para una respuesta de “lucha o huida”. Estas sustancias pueden ayudarnos a enfocarnos o actuar rápido, pero, cuando esto se da de manera crónica o durante mucho tiempo, pueden provocar agotamiento y efectos negativos a largo plazo en el sistema inmunológico y la salud mental.

  2. La corteza prefrontal, encargada de la toma de decisiones, la planificación y el pensamiento racional, puede verse inhibida por el estrés derivado de la incertidumbre. Esto hace que, en momentos de alta incertidumbre, tendemos a actuar de manera impulsiva o emocionalmente reactiva, ya que el cerebro prioriza la respuesta rápida sobre el análisis detallado.

  3. Cuando no podemos prever o controlar resultados, es habitual que disminuya la motivación y la percepción de futuras recompensas. Tendemos a priorizar las recompensas inmediatas y olvidamos que habrá un mañana (ya que con toda esta incertidumbre, ¿quién sabe si lo habrá?

¿Qué tiene de bueno la incertidumbre?

A mí me gusta pisar sobre firme, en la línea de un plan, pero a la vez puedo convivir con una cuota moderada de incertidumbre. Al fin y al cabo lo siento como un combustible, una pregunta a responder cada día, una línea de puntos que se renueva cada semana en la que siempre está pendiente la ratificación de mi parte sobre lo que estoy dispuesto a hacer. Aunque puede parecer incómoda, la incertidumbre tiene varios aspectos positivos para el cerebro y para nuestro desarrollo personal. Es un estado que impulsa el aprendizaje, fomenta la creatividad, y refuerza la resiliencia.

1. Estimula la creatividad: la incertidumbre nos obliga a pensar de forma no lineal, a encontrar diagonales o respuestas imprevistas. Cuando no hay una solución clara o un camino obvio, nuestra mente explora alternativas, combinaciones y soluciones novedosas. Esto es esencial para resolver problemas y para generar ideas innovadoras. Enfrentarnos a lo desconocido es también una oportunidad de descubrir un tesoro o al menos encontrar un enfoque original.

2. Promueve la adaptación: enfrentar lo desconocido y resolver problemas estimula la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro para aprender, para formar nuevas conexiones y adaptar su estructura. Esto no solo refuerza la mente, sino que también mejora habilidades cognitivas como la flexibilidad mental y la capacidad para aprender.

3. Fomenta la resiliencia: la incertidumbre también es una manera de tolerar la frustración y aprender a reconstruirnos. Cada vez que atravesamos una situación incierta y salimos fortalecidos, nuestro cerebro y cuerpo aprenden a gestionar mejor el estrés.

4. Impulsa la curiosidad: la curiosidad es uno de los impulsores más potentes para aprender. Cuando no sabemos algo, sentimos la necesidad de buscar respuestas y entender. La curiosidad generada por lo desconocido lleva al cerebro a explorar, estudiar y descubrir.

5. Mejora la toma de decisiones: somos expedicionarios que por un momento perdemos el sendero, aunque no la orientación. Y esa mezcla de experiencia, intuición y capacidad de adaptación nos devolverá a la senda correcta. Resolver lo que la incertidumbre nos propone también nos enseña a confiar en nuestros propios juicios y habilidades.

Una linterna para el camino

En el Taller de Herramientas para la Nueva Longevidad, que empezó el martes pasado, Carlos Presman nos hablaba de uno de los principales condicionantes para la salud en la vejez que es el estrés, al que él dividía en dos factores: por un lado la autopercepción de la soledad, a diferencia de la solitud, que es cuando uno vive solo pero no se percibe o siente solo, sino que convive con uno mismo de una manera extraordinariamente placentera. En cambio, la percepción de soledad sí es un factor de riesgo ya que dispara alarmas. El segundo aspecto es el miedo, que es un sentimiento profundamente irracional. Lo contrario del miedo es la fe, es igual de irracional pero tiene el componente positivo que el miedo no tiene. No se trata de fe religiosa, sino de decir “me va a ir bien”, “no me va a pasar nada”, “voy a trotar 3 kilómetros y voy a llegar”, “voy a empezar clases de natación y la voy a pasar bien”. También podemos llamarla confianza.

Carlos Presman, médico de gran experiencia en la atención de adultos mayores, uno de los protagonistas del Taller.

En definitiva ese es el partido que hay que jugar cada día, incertidumbre, temores versus fe, confianza, planes: en definitiva se trata de un propósito. Y aunque a veces parece que simplemente fuéramos testigos de lo que nos pasa, nunca dejamos de ser protagonistas. Somos el entrenador que planifica el mejor equipo y la estrategia, somos el arquero, los defensores y el goleador. Del lado del miedo juegan todos los prejuicios, los mandatos que arrastramos desde hace décadas y la resignación; yo prefiero jugar con el equipo de la conciencia, el entendimiento de los procesos que enfrentamos, las nuevas decisiones que podemos tomar. Y asomarnos a ese gran abismo que es la incertidumbre, sabiendo que vamos en el sentido correcto.

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