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La dictadura de las métricas

Desde la creación hace sólo 18 años del primer smartphone para acá, nuestras vidas cambiaron de manera radical. Nuestro cerebro empezó de pronto a trabajar en equipo con una computadora portátil cada vez más poderosa en la que fue delegando ideas, conocimientos y sabidurías (cómo ir de un lugar a otro de la ciudad, dónde comprar algo, cómo conectar con alguien que conozco, qué puedo cocinar, dónde salir a cenar, etc). Y nuestras acciones, prolijamente registradas por chips y Apps, se convirtieron de pronto en métricas, números que ya no eran anecdóticos sino que en general son un mensaje detrás del cuál hay algún interés de negocio. Hace ya algunos años que se dice que hay un exceso en el uso de los celulares que lleva a que tengamos vidas menos saludables. Lejos de volverse un contratiempo, esto se volvió una oportunidad para los fabricantes de nuevas tecnologías que rápidamente empezaron a ofrecernos dispositivos y Apps inteligentes, capaces de ayudarnos a registrar las métricas de nuestra propia vida, para ayudarnos a hacerlas más saludables. Apuesto a que ya empezás a intuir cómo sigue esta historia… Sí, lo que empezó como una herramienta para mejorar nuestra calidad de vida, la está empeorando.

La ilusión del control

A la histórica balanza que muchísima gente tiene en su casa o en la farmacia más cercana para pesarse casi todos los días, se nos sumaron múltiples recursos para registrar cuántos pasos por día caminamos, las horas que dormimos, cómo es la calidad de nuestro sueño, las calorías que ingerimos, las que consumimos, las pulsaciones, la presión sanguínea, la oxigenación… No es malo en sí. El problema es que muchas veces reemplazamos nuestras sensaciones: hambre, cansancio, plenitud o descanso, por datos externos. El cuerpo es sabio. Sabe cuándo tiene energía y cuándo necesita parar. Pero cuando lo ignoramos, perdemos el control de lo que en verdad nos pasa y damos lugar a la confusión y la ansiedad.

Hasta hace algunas semanas registré durante un tiempo en una App todos los días al despertarme cuántas horas había dormido. Empecé con curiosidad por saber qué tan regular era mi descanso y terminé asumiendo que no me aportaba nada significativo. Hay días que duermo mejor que otros, la app no tiene ningún efecto en eso. El ser humano busca patrones incluso donde no los hay, nos cuesta aceptar la incertidumbre. Las métricas diarias nos dan la ilusión de control sobre nuestro cuerpo. Pero cuando esos datos no coinciden con lo que esperamos, aparece la frustración. Delegamos el juicio en lo que es fácil de medir, aunque no sea lo más importante. De este modo, el peso, las calorías, los pasos o las horas de sueño se convierten en sinónimo de bienestar, aunque no nos sintamos bien.

Emociones reemplazadas por cifras

Cuando una pregunta difícil (¿cómo me siento? ¿me estoy recuperando bien?) no puede responderse de forma rápida, el cerebro la sustituye por una más sencilla: ¿qué dice el reloj?; ¿cuántos pasos hice hoy? Este “atajo cognitivo” nos lleva a suplantar sensaciones internas por mediciones externas, lo cual termina erosionando nuestra conexión con el cuerpo.

 

En su libro “Pensar rápido, pensar despacio”, el psicólogo, economista y premio Nobel de Economía israelí-estadounidense Daniel Kahneman, explica cómo nuestra mente rápida se inclina por confiar en números —incluso cuando nuestras emociones nos puedan ofrecer una señal distinta y más precisa— lo cual puede llevarnos a depender de métricas externas y desatender nuestras sensaciones reales. Kahneman resume uno de los dilemas contemporáneos más frecuentes: nos aferramos a los datos porque creemos que nos ofrecen objetividad, aunque muchas veces nuestra percepción subjetiva sea más valiosa para tomar ciertas decisiones personales. Las personas tendemos a sobrevalorar la información cuantificable, incluso cuando nuestras sensaciones internas —como el cansancio, el hambre o el dolor— son mucho más precisas para guiarnos en lo cotidiano.

Confiamos más en el número de pasos registrados por una app que en el cansancio real de nuestras piernas. Más en la cifra de calorías quemadas que en cómo nos sentimos después de entrenar. Más en lo que dice la balanza que en la fuerza con la que subimos una escalera. Pero muchas veces, tu cuerpo sabe más que tu reloj. Y si aprendés a escucharlo, también va a ayudarte a cuidarte mejor.

Números que te cuestionan

Las métricas son frías y tienen un doble filo. Si alcanzamos nuestro objetivo nos gratifica, “misión cumplida”; pero no importa cómo nos sintamos, si la métrica alcanzada es insuficiente, se convierte en un disparador de preocupación. En una encuesta que les ofrecí completar la semana pasada (sigue disponible para quienes quieran agregar sus experiencias), hubo muchas respuestas interesantes, rescato una estadística contundente: más del 50% de quienes participaron se frustran, se deprimen o se enojan cuando no alcanzan el objetivo numérico que se habían propuesto. Muchos ni siquiera alcanzan a distinguir el problema, una respuesta afirma que “No uso Apps para el peso, me peso en balanza común todos los días”. En App, smartphone o balanza, la métrica es la misma. Y la angustia que puede disparar también.

Un término nacido en 2017 por investigadores de Northwestern y Rush describe la obsesión por dormir bien según las apps: quienes padecen orthosomnia se vuelven incapaces de dormir cuando ven que sus cifras no alcanzan lo “ideal”. En 2023, un estudio de la Universidad de Duke y Rush confirmó que muchas personas desarrollan ansiedad e insomnio por confiar más en los datos que en sus propias sensaciones.

Por todos lados encuentro datos de que las métricas no son un buen camino, pero la tendencia para usarlas sigue creciendo. En 2024 fueron 345 millones de personas las que utilizaron aplicaciones de fitness. La categoría de “ejercicio y pérdida de peso” es la que domina el mercado de aplicaciones de fitness, con una cuota de mercado del 54.21% en 2024. Y como en la mayoría de los temas relacionados con el cuidado de nuestra salud, hay más mujeres (64%) que hombres (46.8%) que utilizan estas apps. Esta también es una forma de ver cómo el sobrepeso es un gran negocio.

Un artículo de Wired advierte sobre la transformación de trackers de actividad en una fuente de estrés: el impulso por alcanzar objetivos diarios puede convertirse en culpa, frustración o sensación de fracaso crónico. Y hay un agravante de toda esta cuestión: muchas veces estas métricas son un pequeño trofeo que se exhibe cotidianamente en las redes sociales, mostrando lo bien que nos va, lo ágiles que somos, los kilos que bajamos, lo exitosa que es nuestra vida. Y no tenemos en cuenta que, a la vez que esos datos nos hacen sentir bien, hay otras personas en el reverso que sufren por no dormir lo suficiente o por tener una vida sedentaria. La autoestima hoy se basa en métricas antes que en nuestras propias sensaciones. Y esa es una cornisa muy peligrosa en la que tal vez hoy estemos logrando sostenernos pero ya sabemos que el equilibrio no es una capacidad que uno pueda mantener para siempre, en algún momento nos podemos caer.

Despertar nuestra conciencia

En el libro “Comer sin hambre” el psiquiatra estadounidense Judson Brewer desarrolla varios temas relacionados con los cambios de hábitos. Más que nada habla de la alimentación, pero sus conceptos son aplicables a nuestra salud en general. Brewer en particular expresa su preocupación por el uso obsesivo de apps de seguimiento de macronutrientes y métricas de salud.

  • No respalda el uso de herramientas que requieren registrar obsesivamente calorías, gramos, pasos o sueño.

  • Considera que este enfoque puede generar más ansiedad, presión mental y enfoque en datos externos en lugar de potenciar la fluidez interna y conciencia corporal.

  • En su visión, acumular datos puede convertirse fácilmente en una repetición impulsiva del bucle del hábito automático, reforzando conductas negartivas y manteniendo hábitos inconscientes.

¿Por qué es perjudicial?

 

  • Se aleja de la conciencia corporal. El seguimiento obsesivo distrae del sentir real: señales de hambre física, saciedad o satisfacción emocional.

  • Refuerza el ciclo de recompensa automatizada. Obsesionarse con números convierte la alimentación, el ejercicio físico o el descanso en una tarea mecánica, fortaleciendo rutas neuronales que evitan atender el origen emocional del impulso.

  • Exige fuerza de voluntad constante. Brewer subraya que la voluntad se agota; en cambio, propone usar la curiosidad consciente para que la autorregulación emerja de observación y autocompasión, no de la contabilidad constante.

“Cuando una medida se convierte en un objetivo, deja de ser una buena medida”, dice Brewer. Sustituímos un objetivo por una meta y, en el proceso, nos desconectamos de nosotros mismos. Dejamos de escuchar a nuestro cuerpo. Estamos tan ocupados contando pasos o calorías que ignoramos la reacción corporal a esta actividad física. La reconexión desde la conciencia que Brewer propone tiene la intención de desprogramar la necesidad de control externo, y en su lugar, empoderar una regulación interna sostenible basada en nuestras sensaciones físicas.

El cuerpo no se mide: se escucha

  • No podés diagnosticarte hambre real porque la app diga calorías bajas.

  • No podés saber si entrenaste bien por un dato, si tu cuerpo te duele o pide pausa.

  • La sensación de “estar bien” no se cuantifica: se habita.

¿Y el entrenamiento guiado?

Claro que sí, hay casos en los que, bien usadas, las métricas pueden ser muy útiles. El mejor ejemplo es el de cualquier plan de entrenamiento, que implica un método, una idea basada en mejorar nuestras capacidades físicas (correr más rápido o más lejos, levantar más peso, etc). Y acá los números en el plan se vuelven una herramienta importante, que luego se coteja con el registro de nuestras métricas. Seguir un plan para correr un 10K, entender cómo se debe trotar en la zona 2, o saber cuándo estás cerca del fallo levantando pesas. Pero incluso ahí, el cuerpo manda. La energía, el esfuerzo real, la fatiga—esas señales no están en el cronómetro ni en la app. El plan guía, pero tu cuerpo decide.

Medirnos o sentirnos

  • Compartir un récord puede inspirar… pero también generar presión. ¿Qué pasa cuando ese día no podés con tu marca y no querés mostrarlo?

  • Las apps pueden alimentar el juego de la apariencia y “lo perfecto” mientras esconden lo real: los días cansados, los dolores, los límites.

  • Tu cuerpo no es un trofeo. Es tu casa. Lo valioso no es mostrar, sino habitarlo con respeto.

  • Cambiá la pregunta: ¿estás bien? antes que ¿qué dice tu app?

  • Movete con alegría, comé con gusto, descansá sin culpas.

  • Entrená con compromiso, pero también con permiso para frenar.

  • Bailá, caminá, estirá, dormí sin obsesiones.

La salud real se construye en tus sensaciones, no en un gráfico que olvidás cerrar cuando estás contento. ¿Tu próximo logro será una marca? ¿O saber escucharte mejor? No sos el promedio de tus datos. Sos mucho más. Merecés respetar tu ritmo. Tu cuerpo no es un reloj. Es un universo.

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