Genética cavernícola – Diferencias entre evolución y plasticidad

En el origen de un proyecto como vive+, me quiero remontar al inicio de nuestra historia, a la prehistoria de la Humanidad. Entre seis y ocho millones de años es el tiempo que pasó desde que pudimos diferenciarnos de los simios y empezar a ser humanos. No vamos a contar la versión larga, no es esto un libro de historia. Nuestro cerebro evolucionó lentamente a lo largo de millones de años hasta alcanzar el que hoy tenemos hace cien mil años. ¿Cuál es la principal virtud del cerebro humano respecto al muy similar que tienen varias especies de simios? Su enorme plasticidad, su gran capacidad de aprendizaje y adaptación. Hoy podemos hablar en distintos idiomas, manejar toda clase de tecnologías, volar al espacio y concretar gran variedad de proezas que logramos aprender a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, al nacer, el ADN de nuestras neuronas es idéntico al de un cavernícola.

Vivíamos en cavernas y a la intemperie, éramos cazadores y recolectores que encontraban alimento ocasionalmente. Los homínidos, en especial los homo sapiens, se destacaban por su capacidad de tener lenguaje, de simbolizar, de organizarse en grupos colaborativos para potenciar su accionar y mejorar su supervivencia. Nuestras neuronas del siglo XXI son exactamente las mismas que aquellas. ¿Dejamos de evolucionar? En absoluto, sólo que ese proceso genético lleva mucho más tiempo que el que estamos capacitados para vivir para ser testigos de esos cambios evolutivos.

En un contexto en el que vivir en la naturaleza implicaba un enorme compromiso físico, lo natural para un humano hace 30 mil años era preservar su energía mientras podía. Atravesar territorios sin senderos en largas caminatas para buscar los mejores alimentos, cazar animales que pudieran proveer proteínas al grupo eran tareas tan agotadoras como parecen. Ni hablar si un peligro generaba la imperiosa necesidad de huir de un enemigo, de un depredador, de una catástrofe natural. La energía almacenada se gastaba únicamente en la supervivencia y el resto del tiempo se descansaba. Más aún teniendo en cuenta que la provisión del alimento podía escasear, ningún cavernícola comía las cuatro comidas diarias. Esas mismas neuronas, que nos hicieron evolucionar como especie y sobrevivir a toda clase de complicaciones para traernos hasta acá, son las que hoy nos sugieren que lo mejor es quedarnos en casa, si ya hicimos las compras y tenemos calefacción para pasar el invierno.

En aquel contexto prehistórico, la eventual aparición de comida abundante, en especial de fruta madura y dulce, era un hallazgo extraordinario al que sólo se podía responder con juntar y comer todo lo posible. La glucosa (muchas veces es lo mismo que decir “lo dulce”) se almacena en el hígado y los músculos en forma de glucógeno. El excedente de glucosa que no se utiliza como fuente inmediata de energía se almacena en forma de grasa, lo que es una reserva energética sumamente eficiente para el futuro. La grasa corporal era el freezer de los cavernícolas, una manera de alimentarse en tiempos de escasez.

Las neuronas cavernícolas premiaban el consumo de azúcares,  que en la dieta habitual eran muy escasos, lo que explica que seamos naturalmente haraganes y glotones. Son las mismas neuronas que cada noche al terminar de cenar nos hacen pensar en la idea de pedir un kilo de helado como si fuera una genialidad. ¿Qué cambió? Genéticamente, nada.

Aquellas neuronas cavernícolas nos siguen dando los mismos consejos sin saber la sobreabundancia de alimentos que tenemos a disposición y es debido a eso que en el mundo existe una epidemia de sobrepeso y obesidad. Según la Organización Mundial de la Salud en 2023 en la Tierra había 1.900 millones de habitantes con sobrepeso (casi la cuarta parte del total) y de ellos 800 millones eran obesos. Las mismas publicaciones estiman que para 2035 la mitad de la población mundial será obesa.

La otra gran epidemia global es el sedentarismo. La tecnología nos deja todo servido en bandeja: delivery de comida, home office, banca digital, e-commerce, apps y plataformas con infinitos contenidos. Hasta bicicletas eléctricas para no pedalear tenemos. Mucho para hacer, poco para mover el trasero. Según la Organización Mundial de la Salud, en América Latina el sedentarismo ya es responsable de 1 de cada 10 muertes.

La modernidad nos otorga enormes privilegios que nos permiten vivir, a mi juicio, mucho mejor que en ninguna otra etapa de la historia. Al decir del historiador Yuval Harari en su extraordinario best seller Sapiens. De animales a dioses, hasta el siglo XIX los humanos teníamos básicamente tres grandes preocupaciones: el hambre, la peste y la violencia.

Hambre (escasez de recursos): A lo largo de la historia, la supervivencia humana estuvo intrínsecamente ligada a la búsqueda de alimentos. Desde las sociedades cazadoras-recolectoras hasta las primeras civilizaciones agrícolas, la preocupación constante por obtener suficientes recursos para la subsistencia ha marcado la experiencia humana. La transición de la escasez de alimentos a la abundancia y la creación de sistemas agrícolas más eficientes hace apenas 10 mil años han sido temas cruciales en la evolución de las sociedades.
Pestes (enfermedades y pandemias): La propagación de enfermedades tuvo un impacto significativo en la historia de la humanidad. Desde las epidemias que afectaron a poblaciones antiguas hasta eventos más recientes como la Peste Negra en la Edad Media, o las pandemias de gripe de 1918 y 2020, las enfermedades han tenido consecuencias demográficas, sociales y económicas importantes. Harari explora cómo las enfermedades han influido en la evolución de las sociedades y cómo la capacidad de gestionar la salud ha sido crucial para el desarrollo humano.
Violencia (conflictos y guerras): A lo largo de la historia, la violencia ha sido una constante en la experiencia humana. Desde conflictos tribales hasta guerras a gran escala entre naciones, la lucha por el poder, los recursos y la supervivencia ha dado forma al curso de la historia. Según Harari, las sociedades desarrollaron estructuras políticas y militares para manejar y, en algunos casos, perpetuar la violencia. También examina la transición hacia formas más pacíficas de coexistencia y las implicaciones de la consolidación de imperios y estados.

En parte esas dificultades persisten hoy en nuestro planeta, pero también es cierto que nunca en la historia hubo menos hambre, menos guerras y menos enfermedades que en este ya avanzado siglo XXI. ¿Y adónde voy con tanta historia? Es muy importante ser conscientes de las comodidades del presente. Es un gran privilegio histórico poder andar sobre ruedas en lugar de caminar, tener un techo con agua corriente, electricidad y calefacción o comer cuatro comidas diarias. Son situaciones en las que a la vez se nos presentan la solución y el problema. Porque claro que es cómodo agarrar el celular, pedir comida que nos trae un delivery casi sin movernos del sillón cenar y a la vez ver varios capítulos de una serie hasta entrada la madrugada. ¿Planazo? Sí, planazo, si somos capaces de regularlo y no convertirnos en una persona con sobrepeso, que queda tendida en el sofá, no ya por opción sino porque no puede ponerse en pie. Las neuronas cavernícolas nos estimulan a que además finalmente pidamos el helado y sigamos ahí tendidos, cómodos y calentitos, nada malo podrá sucedernos.

No se trata de construir una nueva moral sobre lo que está bien y está mal, cada uno tiene sus valores y es capaz de determinar qué es lo mejor para su vida. Y no hay nada de malo en ello. La clave es saber, es comprender lo que generan nuestras conductas, nuestros hábitos. Y comprometernos con nuestro propio futuro, con aquello en lo que nos estamos constituyendo en cada acto.

Volviendo al inicio, la plasticidad es nuestra capacidad de aprender mientras estamos vivos. Es enorme y es algo que idealmente nunca deberíamos abandonar, es también una gimnasia que nos mantiene activos en nuestra longevidad. La evolución genética, esa que Charles Darwin describió hace ya cerca de dos siglos, es permanente, así también como los estudios científicos al respecto. Ya pasaron más de dos décadas desde el día en que se anunció que se había logrado reconstruir la secuencia de ADN del Genoma Humano. Fue sólo el inicio de una rama de la investigación que hoy sigue brindando novedades increíbles y que también serán materia de nuestro interés en futuras entregas.

Mientras tanto, sólo nos queda aceptar nuestras limitaciones y construir nuestro futuro. La realidad es que para transformar nuestros aprendizajes cotidianos en algo más sólido y permanente como la evolución genética hacen falta decenas de miles de años. En vive+ compartimos ideas, experiencias que puedan inspirarte para una longevidad más larga y con mejor calidad de vida, aunque no creo que lleguemos a presenciar semejantes cambios. 😂😂 

Este Proyecto vive+ se está armando de a poco, la semana que viene vamos a estrenar nuestro Podcast con entrevistas a las que podrás acceder en nuestros canales de YouTube y de Spotify. Si te interesa lo que te voy proponiendo, será de ayuda que lo compartas con quien tengas ganas. Y desde ya es bienvenida toda clase de comentarios y sugerencias que quieras hacernos. Estamos en contacto, ¡hasta la semana que viene!

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