Te escribo desde la sensación emocionante que te deja atravesar bien la llegada de una carrera como la Media Maratón de Buenos Aires, una de los eventos atléticos multitudinarios más convocantes no sólo de la Argentina, sino también del hemisferio Sur. Ayer corrí entre casi 23 mil personas, todas atravesadas por el desafío de recorrer los 21,097 kilómetros. Las maratones tienen ese rasgo único, todos por igual compartimos un mismo circuito y una misma pasión, algo que no se da casi en ningún otro deporte.
Desde los profesionales que competían por subir al podio hasta quienes llegaron al final hubo casi tres horas de diferencia. La última en completar el recorrido fue la brasileña Aurinéia Pereira Garcia, una de las cinco personas mayores de 80 años (tres hombres y dos mujeres) que se animaron al desafío. Su tiempo fue 3:53:22, ¡bravo por Aurinéia! No es un milagro que haya podido completar la carrera, es el producto de que desde hace años se prepara adecuadamente y entrena especialmente su fuerza, lo que le permite darse el gusto de viajar.
Aurinéia Pereira Garcia, una de las cinco personas mayores de 80 que participó de la Media Maratón de Buenos Aires 2024.
Hacer lo que nos gusta
Hace algunas semanas abrí mi corazón y mis pasiones y les compartí por qué me gusta correr maratones de 42 kilómetros. Una rápida síntesis podría reducirlo a:
porque es difícil (y me gusta enfrentarlo)
porque me hace bien física y mentalmente
(y básicamente) porque lo disfruto, ¡me encanta!
Correr para mí es una elección, es la actividad en que pienso cuando tengo ganas de despejarme y pasarla bien un rato, es el tipo de desafío que me hace elaborar un plan y llevarlo a cabo al pie de la letra de principio a fin. Si tengo que pensar en una imagen que sintetice ese deseo que me impulsa pienso en “Carrozas de fuego” (1981) película con la hermosa música de Vangelis y esos atletas británicos que se preparaban para competir en los Juegos Olímpicos de París 1924, un siglo antes de los que terminaron hace dos semanas.
La mayor parte del tiempo que ocupo “corriendo” en realidad estoy haciendo ejercicio aeróbico, a un ritmo cómodo o muy cómodo. ¿Qué quiere decir esto? O pensado de otro modo: ¿cómo es que se puede trotar y al mismo tiempo estar “cómodo”? Es una capacidad que se construye con el entrenamiento sostenido a lo largo de los años, es trotar suavemente a un ritmo que me permite, por ejemplo, sostener una conversación con otra persona que viene a mi lado. Es un ritmo en el que los pulmones y el corazón se acomodan, no transmiten una sensación de ahogo, de cansancio, de estar llegando a un límite. Cada tanto, cuando hago este tipo de entrenamientos, controlo mis pulsaciones y suelen estar entre los 130 y 150 por minuto. Es un gasto de energía sustentable, una actividad que el cuerpo puede hacer por un tiempo prolongado sin lesionarse, sin agotar el combustible.
El ejercicio aeróbico es uno de los pilares de la preparación física para una nueva longevidad, los repasamos (nunca está demás):
- ejercicio aeróbico (caminar, trotar, nadar, andar en bicicleta)
- ejercicio anaeróbico (lo mismo pero más intenso y en períodos breves con intervalos)
- entrenamiento de fuerza
- entrenamiento de la estabilidad
Claramente primero me gustó trotar, correr, saltar (algo que incorporé desde mi primera infancia) y luego convertí eso en un hobby, en una actividad cotidiana de mi adultez. Desde esa característica que me definía, siempre me fue simple vincularme con el deporte, con cierto esfuerzo que hace falta realizar, con hacerlo pese a cuestiones climáticas (frío, calor, lluvia), con buscarle siempre la vuelta para hacerlo y no para dejar de hacerlo. Pero, ¿qué pasa cuando NO te gusta trotar, cuando parte de tu identidad, de tu más firme convicción (también afianzada desde tu infancia) te hace sentir que no querés trotar, que no deseás hacer ejercicio? Esa manera de percibirlo es tan válida y real como la que a mí me impulsa a ponerme las zapatillas y salir a la calle. Sólo hay un punto a revisar y es el siguiente: si de verdad te interesa sentirte bien, libre, fuerte y autónomo en tu futura longevidad, hay un sólo camino y es por el lado del entrenamiento. Y si estás lidiando un poco con esta traba de querer y no poder, de entender pero no arrancar, o no sostener, te propongo que veamos diversas alternativas.
En busca del deseo perdido
Flora Proverbio es una escritora especializada en marketing, autora del libro “Triángulos plateados” y fundadora de una comunidad de mujeres mayores de 50 años a la que guía desde las redes sociales. Semanas atrás pude grabar una entrevista con Flora en la que hablamos mucho acerca de cómo recalibrar este deseo que muchas veces se vuelve lejano y escurridizo y nos dificulta comprender qué es lo que nos gusta.
Dice Flora: “En la búsqueda del deseo es fundamental animarse a la hoja en blanco, atreverse a enfrentar esa incomodidad hasta encontrar algo, Si el objetivo es moverse, bueno, voy al gimnasio. ¿No me sentí cómoda? Bueno, pruebo hacer otra cosa, pero también en esa incomodidad tratar de descubrir qué es lo que sí estuvo bien. Tal vez la clase estuvo buena pero no te gustó que fuera en un lugar cerrado. Bueno, entonces lo que tenés que hacer es buscar a alguien que dé clases en un parque. O sea: en el hacer uno va aprendiendo y descubriendo”. En dos días, este miércoles 28 de agosto, no se pierdan el episodio completo en nuestro canal de YouTube, vale la pena.
Otras formas de moverse
Trotar no es una obligación, hay alternativas igualmente válidas o técnicas complementarias que ayudan a cumplir los mismos objetivos. Una opción excelente es nadar. La natación es un gran ejercicio en el que se ponen en funcionamiento prácticamente todos los músculos, articulaciones y huesos. Implica dominar la técnica, es obvio decirlo, pero en la medida en que tengas un buen estilo, la actividad tiene todas las posibilidades de volverse “cómoda”, atractiva y equiparable a esa “energía sustentable” de la que te hablaba. En mi caso nado aceptablemente pero, con todo el entrenamiento aeróbico que tengo acumulado, me cuesta nadar de manera armónica más allá de los primeros 5-10 minutos.
En tiempos de la recuperación de mi lesión de rodilla, empecé a nadar tres veces por semana con un profe que me sugería ritmos, distancias, pequeños objetivos por los que ir escalando y mejorando mi estilo. Pero había un problema: nadar no me gustaba tanto como correr y eso hacía que inevitablemente mi capacidad mental de soportar el esfuerzo fuera menor. Y así rápidamente mi patada se desdibujaba, el oxígeno en los pulmones empezaba a ser insuficiente y… me cansaba. Supongo que, de haber mantenido esa clase de entrenamiento durante al menos un año seguido, finalmente le habría encontrado la vuelta y hoy sería un mejor nadador que entonces. Me encanta el agua, entonces: ¿qué me faltó? Paciencia y ganas.
Otra buenísima opción es la bicicleta. No hace falta que te prepares para el Tour de France ni que te imagines en largas pedaleadas de horas bajo el rayo de sol o aguantando el frío invernal. Muchas personas eligen la bici como su medio de transporte cotidiano, aprovechando las cada vez más omnipresentes ciclovías que hay en Buenos Aires (donde yo vivo) y también en otras grandes ciudades. Y esa actividad distribuida en decenas de pequeños trayectos de 2, 3, 5 kilómetros conforman una buena producción de ejercicio aeróbico diario. Fundamental: usá casco. La enorme mayoría aprendió a andar en bicicleta sin esta medida de seguridad y muchas personas la encuentran innecesaria. Sin embargo, caerse de manera imprevista de un vehículo de dos ruedas es algo que a cualquiera le puede pasar y un golpe en la cabeza puede resultar letal.
Tanto con la natación como con el ciclismo, es importante que tengas en cuenta la hidratación durante el ejercicio. Mientras nadamos durante, digamos, 50-60 minutos, no sólo tenemos sed: nuestro cuerpo transpira igual que lo haría haciendo ejercicio físico fuera de la piscina, por lo que es bueno tener a mano en uno de los bordes una botellita con agua o una bebida isotónica. Lo mismo cuando salimos a pedalear: podemos ubicar bebederos públicos, lo que es una buena estrategia, o llevar con nosotros una caramañola que nos provea de líquido para terminar la sesión sin deshidratarnos.
Si todavía no leíste algo que te atraiga y que pueda darte la cuota necesaria de entrenamiento aeróbico, tal vez lo tuyo es bailar. Existen muchas formas diferentes de hacerlo y hay clases para aprender, para moverse y divertirse por todas partes. Bailar es también sacudirse un poco, sacarse las mufas, las frustraciones de todos los días y una buena forma de dejar de pensar, mientras de paso, el corazón y los pulmones trabajan un poco.
Tengo muy claro que además de los gustos personales, también hay otros impedimentos y asteriscos que a veces nos impiden, limitan o condicionan la manera de encarar con libertad esta clase de actividad: problemas de salud, dolores en articulaciones, sobrepeso. Es fundamental que puedas sentir confianza a la hora de iniciarte en el entrenamiento, idealmente con el apoyo de un especialista que pueda guiarte en lo que te hace bien y en lo que no. En estos casos lo más simple e igualmente válido es directamente caminar, o alternar trotes cortos y caminatas. No hablo de recorrer 200 metros para ir a la panadería: se trata de establecer un hábito por el que diariamente puedas caminar varios kilómetros, tal vez subir unas escaleras e incorporar de manera incremental una distancia cada vez más larga.
¿No te gusta correr ni nadar, ni andar en bicicleta ni bailar? Siempre pueden pensarse opciones. Una que es un poco más compleja de implementar pero igualmente válida y muy linda, es remar. Demás está decir que requiere de una estructura y una superficie que lo permita, pero si se te da la posibilidad no dejes de explorarla.
Otra estrategia posible
Si aún no pudiste descubrir la actividad que te guste para hacer ejercicio aeróbico, te propongo un nuevo ángulo también muy efectivo y muy utilizado por muchas de las personas que entrenan: hacer otra actividad que te guste mientras hacés el aeróbico. Escuchar música o un podcast, o un audiolibro son algunas de las opciones idealmente más afines a caminar, trotar, incluso a nadar. No hay como una playlist con la música que más te gusta o un podcast que te atrapa por su narrativa para desviar el foco de tu atención y distraerla de aquello que te genera tanto conflicto (el esfuerzo físico) para retenerla en otro punto que te gusta, que te tranquiliza y te da ganas de seguir. Otra estrategia similar es nada más y nada menos que conversar con alguien: mientras caminás, trotás, incluso andando en bicicleta por un parque se pueden sostener largas conversaciones que, con el mismo mecanismo, te ayuden a “olvidarte” del esfuerzo físico que estás haciendo.
Y si nada de esto te funciona te propongo simplemente aplicar la disciplina y dejar de pensarla tanto. Tal vez en el marco de un gimnasio al que puedas ir 3-4 veces a la semana, podés combinar distintos tipos de entrenamiento, utilizando todo el potencial que estos lugares tienen: la cinta para caminar o trotar, o una bici fija son ambas opciones válidas que podés alternar con otras prácticas como el entrenamiento de fuerza y de estabilidad. En el fondo es una cuestión de establecer el hábito, de repetir varias veces una acción hasta que por fin nos acostumbramos.
En fin: si llegaste leyendo hasta acá en definitiva es porque te interesa y estás buscando la mejor manera de preservar tu salud de cara a tu longevidad, a tus próximos años, para que te sientas lo mejor, lo más fuerte y saludable que puedas. Metele aire a tu organismo, los pulmones y el corazón, además de órganos vitales, son también músculos que se entrenan y que en caso de no hacerlo se debilitan y paulatinamente van perdiendo su capacidad. Como muchas veces decimos: #elsecretoestaenlafuerza. Haciendo más que diciendo, probando más que desechando es más probable que encuentres antes la respuesta.