Desde siempre nos desvela el qué vendrá. Saber lo que hay delante (si es que pudiéramos realmente saber y no intuir) nos tranquiliza, nos orienta. Pero la realidad es que no sabemos y la mayoría de las veces inventamos. En Oriente como Occidente, tanto hace siglos como en el presente, existen sistemas tradicionales de creencias, como la astrología, para señalar lo que la combinación de posiciones de estrellas y planetas dictaminan en nuestro destino. Yo tenía un tío astrólogo, que nunca me cayó bien. Era bastante chanta, su final fue acorde a todo lo bueno que no quiso o no supo hacer. Tal vez por eso no me gusta la astrología y prefiero abordajes más basados en la ciencia.
¿Oh, qué será, qué será?

También valoro las aproximaciones de la ficción, como las novelas de Julio Verne que leía en mi infancia. Yo tenía 10 años y “el año 2000” era una frontera a la que nos dirigíamos, un momento en nuestra historia en el que todo estaría bastante resuelto y las personas nos movilizaríamos permanentemente en naves espaciales, como en “Los Supersónicos”. El futuro en esa época proponía optimismo, aunque poco después empezó a surgir otra corriente que no esperaba lo mismo, en películas como “Blade Runner”, dirigida por Ridley Scott y estrenada en 1982. El argumento transcurre en la ciudad de Los Ángeles en 2019, un hombre se enamora de una mujer replicante (clonada artificialmente), ella cree que es humana y él no puede diferenciar si en verdad lo es o no. En ese futuro había muchos otros problemas, llovía permanentemente en un ambiente de permanente oscuridad.

Harrison Ford, en el papel de Rick Deckard, enamorado de una hermosa replicante (“Blade Runner”)
Demás está decir que ni en el año 2000 había naves espaciales ni en 2019 replicantes clonados iguales a las personas. Ya es hora de que aceptemos que somos muy poco certeros a la hora de predecir nuestro futuro, el de la Humanidad en general y el nuestro en particular, lo que pensamos que nos ocurrirá en un año, lo que creemos que haremos dentro de diez.
Lo que viene, lo que viene
Así como hay personas que rústicamente tiran al aire unas monedas o dan vuelta unas cartas para entrever qué sucederá, hay científicos que trabajan en el diseño de escenarios futuros, basados en las tendencias tecnológicas y el análisis del comportamiento humano. En 2005 el inventor y futurista estadounidense Ray Kurzweil publicó un libro en el que habló por primera vez de la Singularidad, una sucesión de hechos que, según él pronosticó, sucederán en nuestro futuro cercano de acuerdo a los cuales los humanos nos iremos integrando definitivamente a la tecnología hasta ser una misma cosa. Según Kurzweil en 2029 las inteligencias artificiales superarán la capacidad de la mente humana y tendrán la habilidad de pensar mejor, más rápido, con más criterio, sin estar aún del todo claro cuál será su grado de conciencia. ¿Les suena? Con el auge incipiente de las IA integradas actualmente a toda clase de tareas, parece que Kurzweil la vio venir antes que otros.

Ray Kurzweil, autor del libro “La Singularidad está cerca”
Siempre según Kurzweil, en 2034 comenzará a ser habitual la integración de tecnología en cuerpos humanos de manera de expandir las capacidades cognitivas, como si tuviéramos un chip de smartphone, con toda sus posibilidades, instalado en nuestra corteza cerebral. Nuestras vidas estarán casi permanentemente online, con dispositivos tecnológicos integrados que complementarán nuestras experiencias y amplificarán nuestros conocimientos y sensaciones. Hoy eso suena todavía un poco extraño, pero el smartphone es exactamente eso, un dispositivo que amplifica nuestras experiencias y potencialidades. Lo tenemos implantado en nuestras manos, el próximo paso es que esto sea directo al cerebro.
El último paso de la predicción de Kurzweil prevé que en 2045 llegará la Singularidad, el momento en que la capacidad de las máquinas sea tan poderosa que ya se hace difícil imaginar hoy cómo continúa el relato. Kurzweil arriesga algunas hipótesis, piensa que tal vez la vida de las personas podrá extenderse tanto como la de las máquinas, porque al cabo serán prácticamente lo mismo.
Kurzweil hoy imagina un futuro con más optimismo, cree que todas las enfermedades podrán ser curadas, crisis como el calentamiento global encontrarán soluciones tecnológicas, el hambre ya no será un problema y la población mundial tendrá toda la comida que requiera. Tal vez la idea más incómoda e intrigante para la forma de ver el mundo en que nos criamos es la de la inmortalidad. Por más que nos esforcemos es muy difícil que podamos tomar decisiones para que ese mundo que posiblemente nos rodee en dos décadas sea el contexto soñado para vivir, es probable que sea bastante compleja la existencia (nuestra existencia) de adultos mayores en un ambiente desconocido y posiblemente adverso, incluso tal vez hostil, en el que eventualmente nos tocará habitar. ¿Nos gustaría ser inmortales? ¿Para qué? Nada es para siempre.
En general vivir obsesionados por los tiempos que pasaron y los que vendrán no nos hace bien, lo único que existe es el presente, lo que hacemos en este instante, el aire que ahora podemos respirar. Según Pacho O’Odonnell, quien en los últimos años se abocó a divulgar temáticas relacionadas con “La nueva vejez”, como se llama su más reciente libro, “la vejez mala empieza cuando los proyectos son derrotados por los recuerdos”. Las personas muy preocupadas por su futuro tienden a padecer la ansiedad, quienes están enganchadas con su pasado son propensas a la depresión. Lo ideal es un equilibrio (siempre el equilibrio es la respuesta, no importa cuándo lo leas) y apoyarse en el presente para construir lo que venga.
¿Cambiar o no cambiar? Esa es la cuestión
Tomar decisiones que impacten en nuestro futuro parece simple pero a veces hay personas que viven atrapadas en situaciones que los conflictúan cada día sin encontrar la clave para dar vuelta la página y cambiar. Personas que quieren separarse, que desean empezar la dieta o a hacer ejercicio físico, aquéllas que se proponen cambiar de trabajo, probar suerte en otro país, tener o no tener hijos, cambiar de profesión… En fin, son conocidas las dudas existenciales que atraviesan nuestras mentes, podemos pasar años preguntándonos si es o no el momento adecuado para iniciar el cambio. Y tal vez nunca lo logremos.
¿Y por qué es tan difícil tomar esa clase de decisiones? Hay muchas novedades que vienen del campo de la ciencia del comportamiento, en particular con todo lo que permite escanear el cerebro y observar sus reacciones en tiempo real, que ofrecen algunas explicaciones. La primera vez que oí acerca de esto fue por boca de Santiago Bilinkis, emprendedor y divulgador que siempre tiene data fresca del mundo de la investigación y la tecnología en su columna radial de Basta de Todo, Los estudios recientes de neurocientíficos como Hal Hershfield de la Universidad de California, Estados Unidos, empezaron a descubrir por qué resulta tan difícil tomar esta clase de decisiones.

Hal Hershfield, neurocientífico autor del libro “Tu futuro yo”
Ese no es mi problema
En uno de los experimentos que comprobaron cómo se comportan nuestras neuronas en la percepción del “Yo futuro”, los participantes fueron interrogados acerca de sus percepciones sobre qué esperaban para sus próximos tres a seis meses y así alejándose hasta después de los dos años hacia adelante. Luego también se les indicó que pensaran en una persona extraña, como la dirigente alemana Angela Merkel. Mientras lo hacían sus cerebros eran escaneados con un resonador magnético, lo que permitía observar con claridad qué patrones neuronales se activaban en cada momento. A medida que los participantes avanzaban en la línea de tiempo, imaginándose a sí mismos a partir de unos tres meses en adelante, la actividad cerebral relacionada con ellos mismos comenzó a parecerse a las respuestas acerca de la ex presidenta de Alemania. Conclusión científicamente que probablemente seremos dentro de algunos meses o años, esa persona es un extraño.
Y entonces, ¿por qué hacer un esfuerzo por esa persona extraña? ¿Por qué empatizar con sus posibles malas condiciones de salud, financiera, sentimentales, sin son SUS problemas y no los míos? ¿Por qué habría yo de hacer algo por ESA persona que evidentemente no hará nada por la que soy yo AHORA?
Los problemas que esa persona que no sos vos, porque tu cerebro percibe como a un otro, son los problemas de ese otro. Por lo tanto la conclusión es simple: tus neuronas actúan con distancia, no tenés por qué comprometerte, desde siempre aprendiste a meterte en tus asuntos y no involucrarte en los conflictos ajenos, ¿por qué habrías de hacerlo en este caso? Postergar decisiones, procrastinar (una palabra que no me gusta mucho pero que es la exacta definición de lo que estoy comentando) es la forma en que nuestras neuronas perciben la realidad.

Mi propio futuro yo, imaginado por la IA.
Este simple e increíble experimento nos pone también ante nuevas disyuntivas y preguntas: ¿cómo saber si mi futuro yo efectivamente seré yo? Si cambio hoy en pos de ese incierto mañana, ¿dejo de ser yo para ser otra persona? De nuevo: somos pésimos predictores de nuestro futuro, pero podemos construir ladrillo sobre ladrillo desde el presente y llegar de a poco a un resultado que nos parezca que vale la pena. Se trata de pensar nuestro yo futuro como una dirección, como un rumbo, no como un destino exacto e inexorable.
¿Cómo hacer para desactivar ese filtro que distorsiona lo que pensamos y comprometernos con nuestro propio futuro desde ahora mismo? La respuesta es simple: ahora lo comprendés y eso hace a la diferencia, ahora sabemos que esto es así y depende de cada uno modificarlo. La consciencia es tu herramienta para iniciar el cambio. La plasticidad que tiene nuestro cerebro cavernícola nos permitirá aprender esta gran novedad. E incorporar los cambios de hábitos que esto requiere te dará también una buena recompensa de dopamina. Tal vez no sea ya mismo, pero sin duda llegará y estará muy bien ganada. Poder pensarnos en el futuro, comprometernos con la persona que seremos en una o dos décadas es una manera de generar comportamientos positivos de los que difícilmente podamos arrepentirnos.
A mí la idea que me gusta es la de prepararme para lo que venga. No se trata de durar lo más posible como sea, sino de estar el tiempo que podamos de la mejor manera. Y ese propósito, si compartís la idea, es algo concreto que podemos plantearnos y llevar adelante, sin necesidad de tecnologías, de drogas, de tratamientos, mucho menos de dinero. No hace falta que pensemos en convertirnos en robots, ni que creamos que la única salida es ser atletas olímpicos o fisicoculturistas. Se trata de poner objetivos simples y empezar a construir esa persona que nos gustaría ser a los 80.
Suele decirse que el tiempo es dinero. Más allá de la realidad económica de cada uno, el camino que queremos recorrer te propone ahorrar en tiempo de calidad para tu futuro. Si te cuesta cambiar hoy pensando en la persona que serás dentro de diez años, pensá en la que serías hoy si hubieses cambiado una década atrás. Llegar a viejos es algo que sucederá. ¿Cómo te gustaría que sea? De vos depende, es hora de ponernos manos a la obra.
PD: Hace algunos días, mientras preparaba la entrega de este envío de vive+ me llegó el mail semanal de Proxy, el Newsletter de Sebastián Campanario, que también hablaba del Futuro yo. Sebastián es un escritor y periodista a quien oí hablar por primera vez acerca de la Revolución Senior (como él la bautizó) esta ola global de cambios demográficos con gran cantidad de adultos mayores extendiendo sus expectativas de vida.
Si querés saber más acerca de Hal Hershfield y su trabajo, podés ver este episodio de podcast en el que lo entrevistan. La conversación está en inglés, si te ayuda podés activar los subtítulos, como hice yo.
¡Hasta la semana que viene!