Hacerse fuerte a los golpes
¿Es necesario aclarar que tarde o temprano estaremos en problemas? Para alguien como yo, que nació en Argentina en los años 60, la crisis es algo habitual y cíclico, algo que no está bien que pase y que, sin embargo, de alguna manera, su persistencia nos llevó a aprender, a convivir con ese conflicto. El año pasado tuve la oportunidad de conversar con dos israelíes que visitaban la Argentina. Con curiosidad me preguntaban cómo hacíamos para vivir permanentemente con inflación. Traté de explicarles, al tiempo que pensaba que, así como nosotros habíamos adaptado muchas conductas para sobrevivir a las recurrentes crisis económicas, ellos tenían una respuesta idéntica al hecho de vivir en constante peligro de guerra. Muchas veces la experiencia nos fortalece, nos blinda, nos ayuda a atravesar esos momentos complejos, que nadie quiere, pero que inevitablemente llegarán. Esto se conoce como “antifragilidad”.
Para entender esto hay que hablar de Nassim Taleb, autor del libro “Antifrágil – Cosas que se benefician del desorden” (2012). Taleb es un matemático, ensayista y pensador nacido en el Líbano, que trabajó varios años en el mundo de las finanzas. Es el creador del concepto “Cisne negro” en referencia a eventos altamente improbables y disruptivos con gran impacto global. Tal vez el ejemplo más cercano y obvio de cisne negro es la pandemia de COVID-19 que modificó por completo las economías y los hábitos de todo el planeta. Nassim Taleb fue también quien pensó por primera vez en la idea de “Antifragilidad”, para describir sistemas que se benefician del caos y la incertidumbre.
El hilo se corta por lo más delgado… ¿o no?
En un primer análisis, lo previsible es la fragilidad, las cosas, los sistemas, las personas sufren con el paso del tiempo, los materiales se desgastan, con los cambios y con cualquier impacto, hasta el punto de poder quebrarse. Según Taleb, la antifragilidad es la capacidad de un sistema o individuo para prosperar y crecer a través de la exposición a la adversidad y el caos. En lugar de simplemente resistir o ser resilientes, los sistemas antifrágiles se benefician de los desafíos y se fortalecen a medida que enfrentan y superan obstáculos. Parece un ideal difícil de alcanzar, pero no lo es: la antifragilidad es una cualidad adquirida, que se aprende a desarrollar a medida que se atraviesan experiencias. El aprendizaje es su principal combustible.
Veamos primero cuáles son las tres posibles características de un sistema, aplicables también a las personas:
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La antifragilidad implica, por lo tanto, poseer una robustez adaptativa, contar con un plus de resiliencia para activar cuando se necesite y ser inquebrantables (no indestructibles).
Este concepto aplicado al entrenamiento, es conocido como “supercompensación”. Es el fenómeno por el cual el cuerpo se adapta a los procesos de cambio y mejora durante el tiempo de descanso. Se trata de lo que genera un entrenamiento constante a través del tiempo: se estimula el crecimiento muscular, se fortalecen los tendones y ligamentos y mejora la resistencia. Este modelo demuestra que, después de un esfuerzo, el organismo no sólo recupera completamente las fuerzas, sino que se adapta, mejora y se fortalece como respuesta al estímulo de entrenamiento adecuado. Esto lleva al cuerpo a supercompensar y estar listo para cuando tenga que enfrentarse otra vez a este nuevo esfuerzo durante la actividad física.
Volviendo a la antifragilidad, la idea de Taleb implica adaptaciones fundamentales para el control de nuestro estrés y nuestras emociones. Requiere ser flexibles al caos y encontrar beneficios aún en medio de la situación; ser estables en situaciones de alta presión, y salir fortalecidos por una dosis razonable de estrés como impulso y sostén.
¿Qué hay de bueno en el estrés?
Si el estrés es crónico, el que se sostiene en el tiempo y no nos da descanso, sus efectos son siempre negativos. Quedar atrapado en esas pirámides de presión permanente lleva inevitablemente a otro concepto de la época: el burnout, el cerebro totalmente quemado sin posibilidad de reaccionar y cambiar. ¡Salí de ahí, Maravilla!
Otra cosa es cuando el estrés llega y logramos controlarlo, o directamente cuando decidimos generarlo en busca de una adaptación positiva. Es el caso del entrenamiento físico y de los efectos preventivos que puede generar tanto en la salud física como mental.
Además de los distintos ejemplos de entrenamiento físico de los que solemos hablar (aeróbico, anaeróbico, de fuerza, de estabilidad) hay múltiples ejemplos de cómo el estrés nos puede beneficiar, distintas estrategias que suelen implementarse y están en el menú de la vida saludable, como los ayunos intermitentes o las crioterapias (sumergiendo el cuerpo en agua helada). Son situaciones que implican un gran control mental en busca de un posterior efecto positivo en nuestros metabolismos.
Método antifrágil |
La antifragilidad es aplicable en la vida cotidiana, adoptando estrategias y hábitos que nos permiten no solo resistir los desafíos, sino también aprovecharlos para crecer y mejorar.
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Aceptar y avanzar
Muchas veces nos cuesta aceptar que somos frágiles, escondemos las heridas, no queremos que los demás conozcan nuestras debilidades. La antifragilidad es también esa capacidad de aceptar y abrazar nuestros “defectos”, nuestras vulnerabilidades o características únicas. En lugar de tratar de ocultar nuestras imperfecciones, podemos aprender a verlas como parte integral de nuestra singularidad, de nuestra identidad. Esto nos permite cultivar una actitud positiva hacia nosotros mismos y nos ayuda a proyectar confianza y autenticidad.
Según Taleb, en lugar de buscar certezas ilusorias, la antifragilidad permite cultivar una mentalidad flexible para adaptarnos a cualquier eventualidad. Porque ser antifrágil significa dejar de lado la ilusión de control y abrirse a la incertidumbre, para lo que se necesita desarrollar estrategias que permitan responder con agilidad a situaciones inesperadas.
La antifragilidad está detrás de todo lo que ha cambiado con el tiempo: la evolución, la cultura, las ideas, las revoluciones, los sistemas políticos, la innovación tecnológica, las culturas, los sistemas legales, los bosques tropicales, las bacterias resistentes, incluso nuestra propia existencia como especie en el planeta.
Somos frágiles, ¿y qué? Si queremos cambiar; si queremos perseverar en aquello que confiamos; si queremos adueñarnos de lo que nos pase y proyectarnos en nuestro futuro, sin duda no dejes de intentar doblar en la esquina y tomar el camino de la antifragilidad.