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¿Cuál es tu aventura?

La semana pasada me enfrenté al gran desafío deportivo que me había planteado para este año: los 42K de la Maratón de Córdoba. Varios meses de preparación, el cuidado de la alimentación y el descanso más la experiencia que me daba ya haber corrido esa distancia once veces en anteriores oportunidades: todo eso junto no alcanzó esta vez, claramente no se dio como yo lo imaginaba. El de Córdoba es un circuito difícil con constantes desniveles de altitud. Al principio vas para abajo y todo parece simple, pero las piernas igual se van cansando. Y luego todas las subidas posteriores resultan un gran desafío.

Cuando afronto una competencia de estas características siempre llevo en mi cabeza tres posibles planes: A) mejorar mis marcas, en este caso la que hice el año pasado en Rosario (3 horas 41 minutos); B) no mejorar la marca pero mantener una buena actitud física y anímica durante toda la carrera, para lograr un resultado muy aceptable (podría ser llegar antes de las 4 horas, más aún teniendo en cuenta las características del circuito); C) simplemente llegar con dignidad. Hasta un poco antes de la mitad de la carrera me mantuve bien en el Plan A, pero al llegar a la mitad y enfrentarme a las primeras grandes subidas, deseché esa opción, bajé el ritmo y me predispuse al Plan B. Al llegar al kilómetro 30 me sentía muy cansado y todavía me quedaban 12 kilómetros todos en subida. El peligro de forzar la máquina en ese estado es que en un momento los músculos se contracturan y la carrera se termina indefectiblemente. Entonces acepté mi realidad e implementé una estrategia que me ayudó a llegar: al cumplir cada nuevo kilómetro caminaba durante un minuto y luego retomaba el trote lento. De esta forma logré renovar un poco mis alicaídas energías y llegar a la meta en 4 horas 24 minutos.

Llegada de los 42K de Córdoba 2025 luego de dos horas de sufrimiento

Todavía es pronto para grandes balances, probablemente implementé una mala estrategia en la primera mitad de carrera. Realmente fue difícil, el sufrimiento duró unas dos horas. Estoy satisfecho de no haber bajado los brazos pero desilusionado por no haber encontrado la forma de disfrutar hasta el final. ¿Tiene sentido todo esto? Son preguntas naturales que de inmediato nos llenan de dudas. Hoy éste parece un gran límite a mis futuras expectativas, tendré que pensar bien cómo organizar mis próximas competencias. Lo que estoy seguro es que seguiré buscando mis propios límites, explorando allá donde crea que tengo una chance de moverme y ponerme una meta a mi alcance.

La aventura como parte esencial de una vida plena

Ya una vez te hablé acerca de los beneficios de la incertidumbre. Se trata de aventurarnos, tomar algunos riesgos no tan riesgosos, salir de la zona de confort por un momento, sabiendo que podemos volver cuando lo deseemos. Explorar un poco nuestras sensaciones, nuestras capacidades. ¿Hay una edad para hacerlo? Por supuesto que no. Por el contrario, dejar de hacerlo es, sin duda, un primer signo de que nos estamos resignando, asumiendo que ya fuimos, que somos lo que somos y que no nos queda nada por descubrir.

Tener una vida activa no es solo cuestión de hacer ejercicio. Es animarse a nuevas experiencias, proponerse un objetivo desafiante, buscar eso que nos despierta la energía interna. Aventura no es sinónimo de riesgo extremo, sino de vida con propósito y emoción.

 

Podés estar viviendo una aventura si:

  • Volvés a correr después de años sin moverte.

  • Te anotás en una clase de algo que nunca hiciste.

  • Te animás a caminar por un barrio distinto.

  • Te proponés a subir una montaña.

  • Empezás a aprender algo nuevo tengas la edad que tengas.


Tener una aventura es salir de la inercia, del piloto automático, de lo que ya conocés. Y eso es justamente lo que nos mantiene jóvenes por dentro.

Explorar lo desconocido

Por si te faltan motivos para ir en busca de tu aventura, te cuento que la ciencia lo confirma: vivir experiencias nuevas mejora también tu salud.

  • Neuroplasticidad: El cerebro adulto sigue teniendo capacidad de cambio. Cuando lo desafiás con algo nuevo, genera conexiones neuronales que fortalecen la memoria, la atención y el estado de ánimo. Un reporte reciente de la Universidad de Harvard revela cómo encarar nuevas actividades favorece la creación de nuevas neuronas.

  • Dopamina y motivación: Asumir desafíos, incluso pequeños, activa el sistema de recompensa del cerebro. Esa descarga de dopamina te impulsa a seguir adelante, a pesar del esfuerzo.

  • Longevidad y curiosidad: Un estudio del colegio Universitario de Londres, Inglaterra (2025) concluyó que las personas mayores que mantienen una actitud abierta a nuevas experiencias presentan mejor salud emocional, mayor resiliencia y relaciones más satisfactorias. Y además son capaces de mejorar su capacidad de recordar. Tu cuerpo necesita moverse. Tu mente necesita explorar. Y no hay edad para eso.

Aventura y vínculos

Cuando te embarcás en nuevas experiencias, casi inevitablemente eso te lleva a relacionarte con otras personas que andan en la misma. Se intercambia información valiosa, datos fundamentales que aportan los que tienen más experiencia. Si compartís una aventura, los vínculos cambian.

  • Caminar con alguien que también quiere mejorar su salud puede transformar una caminata en un momento inolvidable.

  • Animarte a hacer una clase nueva con un amigo puede dar lugar a una rutina que los una más.

  • Las aventuras compartidas —por más pequeñas que parezcan— fortalecen la confianza, el sentido de pertenencia y la alegría de vivir.


A veces no hace falta más que invitar a alguien a moverse con vos. Y dejar que la experiencia hable por sí sola.

Entonces, ¿cuál es tu aventura?

¿Hace cuánto que no hacés algo por primera vez? ¿Hace cuánto no sentís esa mezcla de nervios y entusiasmo al comenzar algo nuevo? No esperes hacerlo de manera virtuosa y perfecta o si no nada habrá valido la pena. Al contrario: tus errores en el camino de este nuevo aprendizaje serán la escalera de tu propia manera de hacerlo bien. El paso de los años no borra tu capacidad de aprender, sino que la hace más valiosa. Porque ahora sabés lo que cuesta, y por eso podés disfrutarlo mejor.

Tal vez tu aventura no sea una maratón como la que yo corrí, ¿qué importa? Esa valoración es personal y subjetiva. Tal vez tu aventura sea simplemente recuperar tu fuerza. Volver a bailar. Animarte a trotar. O simplemente caminar cada día sin que te duelan las rodillas. Pensando en un futuro largo, activo y saludable. Sea lo que sea, vale la pena aventurarse. Vivir con propósito no significa hacer cosas extraordinarias, sino vivir cada día con intención, con curiosidad y con ganas. Las aventuras no se terminan cuando envejecemos.  Envejecemos cuando dejamos de tener aventuras.

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