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El futuro se entrena hoy

Convengamos que tenemos cierta facilidad para vivir con la cabeza en otro lado. Nos pasa a todos. Hay días en que el piloto automático maneja gran parte de lo que hacemos: la rutina de siempre, los mismos pensamientos, las mismas excusas. Las mismas conversaciones con las voces de siempre que rumian dentro de nuestra cabeza y nos exigen respuestas, nos juzgan, nos hacen sentir rabia o vergüenza. Y cuando nos damos cuenta, el presente se nos escurrió entre las manos, como agua que no se puede retener.

A veces es la nostalgia la que nos agarra del brazo: la juventud, las “épocas doradas”, una oportunidad que tal vez desaprovechamos, esos momentos que creemos que no van a volver. Otras veces lo que nos gana es la ansiedad por lo que vendrá: queremos anticipar todo lo desconocido, saber exactamente cómo va a ser nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra vida de acá a diez o veinte años. En ambos casos, el riesgo es el mismo: perdernos el único momento en el que realmente podemos actuar, que es ahora.

Memoria sin ancla, futuro sin ansiedad

No se trata de olvidar lo vivido ni de ignorar el futuro. La memoria es una aliada: es una raíz que nos da identidad, nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Y pensar en lo que viene nos ayuda a trazar un rumbo. El problema aparece cuando quedamos pegados al pasado o enganchados a querer controlar todo lo que todavía no existe.

El presente, este momento, es el lugar donde se encuentra activa nuestra conciencia, que a veces se pega unas buenas siestas y se deja bombardear por decenas de ideas, mensajes, comentarios y pensamientos absolutamente irrelevantes, o peor aún: muchas veces la conciencia es silenciada por esas voces internas de las que hablaba, que nos condenan y nos limitan. Pero podemos callarlas, si logramos despertar. si entendemos que son simples pensamientos, que no necesariamente representan la verdad. Tal vez no podemos acallarlas con sólo “pedir silencio”, es más complejo e implica un reseteo profundo, que ponga a nuestra conciencia al mando de todo el equipo y con eso dejemos de lado sentimientos limitantes y negativos. ¿De qué sirve la vergüenza, por ejemplo? ¿Vergüenza de qué? Muchas personas sienten eso de sus cuerpos, de su propia (in)capacidad para resolver problemas, de sus posibilidades de aprender algo nuevo o de emprender una aventura, tengan la edad que tengan. Dala de baja a la vergüenza, no aporta nada positivo. Podés dar de baja también la culpa, que todavía no cometiste ningún delito. Y de paso, también da de baja el “yo no voy a poder”, date la oportunidad de sorprenderte y redescubrirte. ¿Cuándo? Ahora mismo.

Es ahora que se entrenan los músculos que van a sostener nuestro cuerpo mañana, es ahora cuando se genera la calma que nos va a ayudar a dormir bien esta noche, es ahora que se organiza si hoy voy a comer algo saludable. Pero ojo, también es ahora que uno puede dejarse arrastrar por lo mismo de siempre, todo eso que silencia nuestra conciencia y nos resta energía.

Microcambios: el músculo invisible

Cuando alguien quiere mejorar su fuerza, su movilidad o su resistencia, espera ver cambios visibles cuanto antes: un músculo más firme, una cintura más liviana, menos agitación al subir una escalera. Y claro, eso lleva tiempo. El riesgo es abandonar antes de llegar, porque lo que buscamos todavía no se ve en el espejo.

Ahí es donde entra el entrenamiento de la conciencia: notar los microcambios. Son esas señales pequeñas que dicen que algo ya está pasando:

  • Te levantás y tu cuerpo tarda menos en “arrancar”.

  • Notás que dormiste más profundo, aunque todavía no cambiaste toda tu rutina.

  • Dejaste de tener ese dolor leve que parecía inevitable.

  • Podés atarte los cordones sin apoyar una mano.

  • Te descubrís menos irritable en una situación que antes te sacaba de quicio.

Esos cambios casi invisibles son la prueba de que el trabajo silencioso está funcionando. Y lo más importante: te dan la motivación para seguir.

Tratarte bien para sostener el cambio

No se trata de exigirte como si fueras tu propio entrenador militar. El cambio que dura se construye cuando nos tratamos con amabilidad. Cuando dejamos de gritarnos internamente “dale, no seas flojo” y empezamos a preguntarnos “¿qué puedo hacer hoy, con lo que tengo, para estar un poquito mejor?”.

Tratarte bien no es justificarte siempre. Es darte espacio para explorar, equivocarte, aprender y volver a probar. Es reconocer que una caminata corta pero consciente hoy vale más que un plan perfecto que nunca ejecutás. Es cocinarte algo nutritivo aunque no sea la receta más “fit” o “cool” de Instagram, pero que te aleja de lo que sabés que te cae mal.

Ejercicios de aquí y ahora

No te voy a proponer nada raro. Solo tres maneras simples de atraer tu atención al presente y, de paso, entrenar tu conciencia. No te preocupes por el rendimiento, por la técnica, en esto no hay juicio, sólo hay práctica en tiempo presente:

  1. Chequeo de cuerpo rápido: una vez al día, detenete y notá cómo estás respirando, cómo está tu postura, si hay tensión en algún músculo. Solo eso, sin corregir nada. La sola observación ya es un cambio.

  2. Microacción amable: elegí algo mínimo que puedas hacer ahora mismo (un vaso de agua, estirarte, salir 5 minutos al sol). No importa si parece “poco”: es un acto que te recuerda que vos decidís, es decir tu conciencia y no esas voces internas que, tal vez, ya empiezan a oírse un poco menos.

  3. Cierre del día: antes de dormir, pensá en una sola cosa de la que te sientas agradecido hoy. No importa si es grande o pequeña. Esto entrena a tu cerebro para registrar lo que sí está bien.

El futuro que querés se fabrica hoy

No hay truco oculto ni atajo mágico. La mejor manera de tener dentro de cinco o diez años la fuerza, la salud y la claridad que querés, es actuando ahora, aquí, con la persona que sos hoy. No la que fuiste, ni la que soñás ser. La que sos, con tus posibilidades y tus limitaciones reales. Libre, sin culpas, ni vergüenzas, ni juicios.

Cuando hacés esto, el futuro deja de ser una fuente de ansiedad y empieza a ser una consecuencia lógica, una elección. Ya no se trata de adivinarlo o controlarlo, sino de construirlo, ladrillo a ladrillo, microcambio a microcambio.

Si hoy sólo podés hacer una cosa por vos, hacela. Hacela sin juzgarte, sin pensar en si es “suficiente” para cambiar todo. Porque en la repetición de esas pequeñas decisiones está el verdadero entrenamiento de tu longevidad. Y la próxima vez que te encuentres en la trampa de tus recuerdos del pasado o en el pantano de la ansiedad por lo que vendrá, volvé a esta pregunta: ¿qué puedo hacer ahora, con lo que tengo, para cuidar a la persona que quiero ser mañana? Eso es lo que cuenta.

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