Si hay un tema que preocupa –y mucho– a millones de personas en todo el mundo es el sobrepeso. Nos preocupa por cómo nos vemos en el espejo, por cómo nos sentimos con nosotros mismos y por el riesgo de enfermedades que, con razón o sin ella, asociamos automáticamente a unos kilos de más. Es una preocupación válida. Pero no podemos soslayar que a la vez es una preocupación muy rentable para algunas industrias, que no dejan de fomentar sus causas antes que sus soluciones. No es mi idea en estas líneas hablarles de cómo tiene que ser un cuerpo, sí me interesa más hablar de esa preocupación que genera en muchas personas, esa frustración que se siente al querer bajar unos kilos y no lograrlo. Y cómo esas emociones negativas muchas veces se explotan para alimentar negocios a los que sí me permito objetar al menos desde un punto de vista ético

Polvos mágicos que si los agregás a las comidas supuestamente “bloquean el efecto de los carbohidratos”, píldoras que, según afirman, “aportan el colágeno que te falta en las articulaciones”, recetas mágicas que ofrecen terminar con el dolor, con el sufrimiento. La mayoría de estos productos atacan los síntomas y dejan de lado las causas, que la mayoría de las veces son más profundas y extensas en el tiempo, pero que también pueden tener caminos saludables para enfrentarlas sin necesidad de medicamentos. Es el camino de la fuerza, de la vitalidad, del ejercicio físico, de la alimentación saludable, del descanso adecuado el que nos lleva lenta pero inevitablemente a sentirnos mejor, mucho más que el de las píldoras milagrosas.
Dos noticias que ilustran
Esta semana se conoció una noticia que confirma la magnitud de este meganegocio que es la industria del adelgazamiento. La farmacéutica Novo Nordisk, creadora del famoso medicamento Ozempic –originalmente usado para tratar la diabetes, y luego recetado masivamente para bajar de peso– perdió casi 90.000 millones de dólares en un sólo día en la bolsa de valores. Su CEO fue removido y el mercado quedó en shock. ¿El motivo? Un recorte en sus expectativas de ganancias futuras debido a problemas de producción del medicamento, así como la aparición de varios productos similares de otros laboratorios, que rápidamente vieron la oportunidad y salieron a competir. Así de gigantesco es el negocio del sobrepeso.
El peso que mueve millones
Ozempic y otros fármacos similares se convirtieron en poco tiempo en pastillas “mágicas” para bajar de peso sin dieta ni ejercicio. Millones de personas en todo el mundo comenzaron a usarlas, muchas veces sin indicación médica. En los gimnasios, en la televisión, en redes sociales, hasta en las reuniones familiares, alguien siempre tiene una opinión o una experiencia con estos medicamentos.
Pero la ciencia ya advirtió que estos fármacos tienen efectos secundarios importantes, entre ellos pérdida de masa muscular, problemas gastrointestinales, desregulación hormonal y, en algunos casos, rebote de peso al suspenderlos. Y lo más inquietante: no enseñan nada. No modifican hábitos. No promueven la autonomía. Generan dependencia.
¿Esto significa que no sirven? No necesariamente. Tienen indicación clínica específica para algunas personas. Pero el punto es otro: el verdadero problema es que se venden como una solución mágica para todos. Y el negocio está montado sobre nuestra ansiedad por adelgazar ya, sin esfuerzo, sin cambios de vida. Pasa lo mismo con otra clase de conflictos que atravesamos, en general queremos evitar el esfuerzo y aceptar que son nuestras propias conductas las causantes del problema, preferimos pensar que viene de afuera, o de nuestra incontrolable genética.
Cambiar lleva tiempo, lleva el esfuerzo de buscar nuevas adaptaciones desde nuestra propia conciencia y también el esfuerzo físico que implica poner en marcha esas estrategias. Pero es un camino mucho más saludable, más perdurable, que nos aporta a la vez un enorme aprendizaje: podemos decidir cómo queremos ser ahora y en el futuro y tomar decisiones para construir eso que queremos ser cada día.

Una bacteria inesperada
Pocos días antes de esta caída bursátil, otra noticia científica sacudió a la comunidad médica: un equipo español del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) identificó una molécula producida por bacterias intestinales que podría ser la verdadera culpable de la aterosclerosis, principal causa de infartos y ACV en el mundo.
Hasta ahora, la medicina creía que el colesterol era el responsable directo y a esto se debe que esté enormemente extendida la costumbre de hacernos permanentes chequeos de laboratorio para ver nuestros niveles de colesterol y lípidos en sangre. La creencia hasta ahora vinculaba estos niveles altos sólo con la mala alimentación y el sedentarismo. Pero este nuevo hallazgo –publicado en Nature Microbiology– muestra que la molécula propionato de imidazol puede desencadenar placas de ateroma incluso en personas con niveles normales de colesterol. La conclusión es impactante: el origen de muchas enfermedades cardiovasculares podría estar en el intestino, y no solamente en lo que comemos, sino en cómo nuestras bacterias procesan lo que comemos. ¿Y cómo se modifica la microbiota intestinal? Fundamentalmente con el estilo de vida: alimentación, movimiento, descanso y manejo del estrés. En este caso la ciencia juega en contra de los grandes negocios, pero deja un mensaje inequívoco. Otra vez: no hay atajo.

¿Querés salud o querés soluciones mágicas?
Ambas noticias, tan distintas entre sí, nos devuelven al mismo dilema: ¿qué elegimos como sociedad cuando pensamos en salud? La mayoría de los sistemas sanitarios, de las publicidades y de los algoritmos que nos sugieren qué comprar, están orientados hacia la medicina de lo urgente. La que aparece cuando algo ya duele, cuando el cuerpo se rompe, cuando el problema ya está instalado. Ahí llegan las soluciones: una pastilla que pare el dolor, una cirugía que saque lo que sobra, un tratamiento que lo disimule. Y luego a seguir con lo que estábamos, como si nada. ¿Qué elegimos como personas cuando pensamos en nuestra propia salud, en la construcción cotidiana de nuestro organismo?
La medicina del futuro –la que defendemos desde vive+– es otra. Es la medicina de lo importante, no de lo urgente. La que no espera a que enfermes. La que te cuida antes. Y la que no te promete milagros, pero sí te da poder. Porque te devuelve el control sobre tu cuerpo y tu salud.
Moverse para prevenir
No hay que esperar una enfermedad para empezar a cuidarse. Y tampoco hay que esperar bajar de peso para empezar a moverse. El movimiento es en sí mismo una forma de salud.
Sabemos que el ejercicio físico regular:
mejora la microbiota intestinal
regula el colesterol y los triglicéridos
reduce la inflamación crónica
fortalece el músculo (clave para el metabolismo)
ayuda a mantener un peso saludable
y además, mejora el ánimo, el sueño y la autopercepción.
Caminar, trotar, hacer ejercicios de fuerza, subir escaleras, bailar, saltar, andar en bicicleta. No importa tanto qué hagas, lo que importa es que estés en acción. Que hagas del movimiento un hábito. Y que entiendas que no estás condenado ni predestinado por tu peso actual. La genética no es una sentencia. El sobrepeso no es destino. Y la salud no está solo en un frasco ni en un número.
No estás solo. No sos la única persona que alguna vez sintió frustración, vergüenza o enojo con su propio cuerpo. Pero quizás sea hora de cambiar el foco: dejar de ver el peso como un enemigo y empezar a ver el cuerpo como un aliado que necesita tu atención y tu acción. Hay una diferencia enorme entre querer estar delgado y querer estar fuerte. Entre querer bajar de peso y querer vivir mejor. Lo primero nos esclaviza. Lo segundo nos empodera.
Esta semana se movieron millones en la bolsa y se modificaron teorías sobre el colesterol. Pero lo que importa no está en Dinamarca ni en Madrid: está en tu cuerpo, hoy. En tu próxima comida. En tu próxima caminata. En tu próxima elección. No esperes a enfermar. No esperes a depender. No esperes a que sea demasiado tarde. Empezá hoy. Porque tu salud no cotiza en bolsa, pero vale más que cualquier acción.