¿Cuántas veces te pasó de disponerte de verdad a hacer algo diferente, algo nuevo, algo que quizás antes nunca habías imaginado poder hacer? Tal vez hayas visto este reel que publiqué en el que un hombre de 82 años cuenta que empezó a entrenar a los 80. Y que eso le “cambió la vida”, lo hace sentirse bien, con fuerza y capacidad para enfrentar lo que tenga que venir. La sensación del hombre no es extraordinaria, es la que se genera la mayoría de las veces, acompañada de la enorme sorpresa que produce en una persona (muy) adulta hacer algo por primera vez y descubrir que le gusta. La respuesta además va acompañada por una gran repercusión en materia de comentarios, “likes” y reenvíos, el producto de muchas personas que arrastran tal vez parte del mismo prejuicio que tenía ese hombre antes de empezar a entrenar: que eso era imposible.
En nuestros cerebros existen convicciones, ideas firmes que sostenemos a lo largo de las décadas, principios y valores que asumimos como verdades definitivas y que en principio no estamos dispuestos a cambiar por nada. Somos hinchas de un club de fútbol, nos gusta el chocolate más que la frutilla, creemos en la igualdad entre el hombre y la mujer, afirmamos que preferimos el calor al frío, nos manifestamos públicamente en defensa de la universidad pública y gratuita y por nada en el mundo estaríamos dispuestos a ejercer la violencia. Enumero un poco al voleo, mezclando de manera intencional gustos de helados con valores más institucionales, porque si bien se generan por caminos diferentes y con orígenes que a veces han sido dramáticos (nadie da la vida por defender que el queso y dulce es con batata y no con membrillo, pero sí muchos la han dado por combatir el racismo), es verdad que, al fin y al cabo, todos esos valores se almacenan en el mismo lugar. El de nuestras convicciones, esos principios que custodiamos tanto que, más que principios, a veces parecen finales.
Demás está decir que no vengo acá a proponerles revisar todo, porque probablemente la mayoría de esos conceptos son acertados y son el producto de sus propias historias y trayectorias. El punto es que tan cómodos estamos con ese baúl de convicciones que guardamos con las fotos en papel de los abuelos, el título de la secundaria, unas medallas que ganamos en un campeonato de 1975, los VHS con imágenes de un pasado remoto y un poco indescifrable, que a veces preferimos ni abrir la tapa, porque qué necesidad hay ahora, a esta edad, venir a hacerse preguntas, ¿quién necesita a esta altura del partido dudar de algo más? Si ya tenemos pocas certezas y suficiente incertidumbre, ¿encima ahora esperan que nos replanteemos algo? ¡En qué cabeza cabe!
En principio es una idea a la que podríamos prestarle un poco más de atención y tal vez descubrir que, como tantas otras convicciones que atesoramos, se trata de un prejuicio y que, como tal, podemos intentar desarmarlo y repensar nuestra manera de pensar acerca de las vejeces (porque hay muchas formas de envejecer) y de lo que cada quien está dispuesto a hacer para su propio bienestar.
Prejuicios acerca de las vejeces
Carolina Iglesias es una psicoanalista argentina que ya hace unos cuantos años empezó a profundizar en la temática y creó el concepto “antiviejismo”, un neologismo que busca llamar la atención acerca de esta mirada prejuiciosa sobre los adultos mayores. En un texto que busca darle un poco de sustancia a este concepto nuevo, Carolina escribe: “En nuestra cultura occidental capitalista la vara de la normalidad rige un mundo pensado por y para personas adultas jóvenes, en etapas productivas y reproductivas. El adultocentrismo hace que las referencias sean siempre en relación a un cuerpo casi adolescente que cumple con los estándares de belleza establecidos por la época, y todo lo que salga de dicha norma queda al margen, del lado de lo negativo, como ocurre con la vejez. ¿Con qué referencias de personas mayores nos encontramos? ¿No se ven estereotipadas? ¿Qué cuerpos viejos se muestran? ¿Qué estatus social tienen las arrugas? ¿Cómo se nos enseña a imaginar el cuerpo que habitaremos?”.
El Antiviejismo es un movimiento que lucha y se proclama contra el viejismo, que es la discriminación por edad en la vejez. Así como existe un movimiento antirracista, hay uno antiviejista, que busca erradicar las ideas viejistas que existen en la sociedad y están arraigadas en todas nuestras ideas. Como por ejemplo que las personas mayores son improductivas, que ya no pueden aprender, que ya son grandes para hacer lo que les gusta y muchas más acerca de las cuales es importante que nos podamos interrogar para habilitar otras formas de ser y estar en el mundo.
Las ideas que promueve Carolina meten un poco el dedo en la llaga de aquello de lo que muy pocos se atreven a hablar y nos interpelan sobre qué puede pasar si nada cambia y todo sigue tal cual: “El riesgo es sostener prejuicios, ya que muy probablemente llegaremos a viejos. Si el futuro que espera a millones de personas es más un destino social que biológico, debemos construir herramientas contra los viejismos. La lucha contra la discriminación hacia las personas viejas requiere contar con el apoyo de toda la sociedad y una posición antiviejista es necesaria para erradicar los estereotipos culturales y simbólicos que impactan sobre la dignidad y el ejercicio de los derechos de las personas mayores.”
Volviendo al hombre que empezó a entrenar a los 80 y descubrió que aquello le había cambiado la vida (para bien), te invito a que rompas vos también tus propios estereotipos, que abras el baúl, tires algunas fotos viejas de personas que ya ni recordás quiénes eran y te enfrentes a redescubrirte y a repensar la idea de vejez, la de otras personas y la tuya propia, cuando sea que ésta se presente. Te invito a encontrarte de la manera más limpia y desprejuiciada que puedas con lo que te pueda pasar al experimentar nuevas actividades, nuevas sensaciones. Todos podemos hacerlo, no es algo restringido para jóvenes. Podemos hacer eso y cualquier cosa que tengamos ganas y que nos haga bien, no importa la edad que tengamos, en todo caso nuestro propio cuerpo y nuestros gustos personales serán los que pongan el límite. Y ahí puede estar la trampa: ojo con lo que ya tenemos definido como gustos, como preferencias, pueden ser maneras de esquivar el problema. Sólo te pido que no busques el atajo y llegues a la misma conclusión de siempre, como si fueras Homero Simpson eligiendo una cerveza para sentarse a ver la tele. Se trata de salir un poco de la zona de confort, reconocer esa genética cavernícola que nos condiciona e ir por ese pequeño salto al abismo de lo que todavía no conocés. Quién te dice, tal vez hay algo ahí que te puede cambiar la vida.